La autoridad con que habla y actúa el Señor tiene muy poco que ver con la pillería de la que hacen gala muchos personajes de nuestra vida cotidiana. Aunque esa simpatía, incluso la admiración, sigue siendo mayor para el pillo …

En la vida política, en la conversación mientras tomamos el café, en nuestras relaciones con los amigos, en muchos momentos y circunstancias diferentes, es un hecho comprobado casi como ley inexorable, que no nos convence tanto la “autoridad” de quien habla desde el conocimiento, o su experiencia concreta, en aquello de lo que está hablando, sino que nos dejamos llevar por lo que suena bien, por lo que halaga nuestros oídos, por lo que resulta menos problemático, por lo que bien adobado gusta más. Y por eso hemos consagrado el tópico, es decir el lugar común, eso que todo el mundo admite sin preguntarse si es verdad, y que habitualmente es mentira.

Hay una especie de elevación de lo descafeinado, de lo light, de lo que parece y no es, que termina asustando. 

Sin embargo, la verdad será siempre la verdad y resultará atractiva.

Lo que parece primar es la ley de la publicidad: lo bueno, lo grato, lo espectacular, lo bonito, es lo que es presentado con lentejuelas y fanfarria, papel brillante y música sugerente. Repite y convence, y si no convences es que has repetido poco. Que sea o no cierto, que venga o no bien, eso es muy secundario, a fin de cuentas ¿qué importancia puede tener? Lo importante es lo otro, pensar como todos, no desentonar y ya está. 

El Señor presenta las cosas de otra manera … El sabor de lo auténtico, de lo genuino, de lo que tiene consistencia lo da algo más que esa publicidad engañosa, lo da la calidad de quien avala el producto. Es cuestión de comprobarlo … 

La Virgen nos recuerda que quien ha gustado al Señor ya no puede quedarse con lo “light” porque se nota demasiado la diferencia.