En el evangelio de hoy, el Señor se anticipa a lo que será cuando ascienda al cielo, enviando a los Doce «a proclamar el Reino de Dios y a curar a los enfermos», dándoles «poder y autoridad sobre toda clase de demonios y parar curar enfermedades». Lo hace porque a él no le da tiempo a ir a todas partes, para llegar al mayor número de lugares posibles. Pero también como una especie de «prácticas», que los apóstoles vayan cogiendo experiencia para lo que vendrá. Ahora, los apóstoles serán como una prolongación de Cristo. Después, cuando Él esté sentado a la derecha del Padre, también… con la fuerza del Espíritu Santo recibida en Pentecostés.

Hoy el Señor nos envía también a todos nosotros. En este esfuerzo de «nueva evangelización» que estamos llamados a hacer. Como una prolongación suya, si nos lanzamos al apostolado seguramente podremos experimentar que Él nos ayuda, que Él actúa a través de nosotros. La condición: no llevar alforja ni túnica de repuesto, es decir, no estar seguros de nosotros mismos sino abandonados completamente en Él. La paz: que si en algún lugar no nos aceptan, esa paz volverá a nosotros.