Hoy escuchamos una profecía inesperada, que repetimos en Adviento y Navidad. De repente, cuando el contexto no tenía mucho que ver, el profeta Zacarías exclama: «Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti -oráculo del Señor. Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán pueblo mío, y habitaré dentro de ti».

Primero de todo, lo de hablar de muchos pueblos en aquel entonces era una cosa insólita. Para unirse al Señor, estaba el pueblo de Israel y basta. La apertura a otros pueblos e incluso a todas las naciones serán profecías que quedarán en el aire, hasta los Hechos de los Apóstoles, hasta la misión a los gentiles liderada por san Pablo.

Pero sobre todo, que el Señor habite dentro de la hija de Sión: es la Virgen María, y es la Iglesia. Algo muy fuerte a lo que estamos acostumbrados, pero que sonaría como si fuera chino cuando Zacarías lo pronunció. Qué grande es que el Señor habita dentro de la Iglesia, y dentro de nosotros por el bautismo. Nunca nos podemos acostumbrar a ello. Es un día para meditar en este inmenso e inesperado don, y para alegrarnos y gozarnos.