Decía alguien (Dietrich Bonhoeffer, creo) que la Salvación es gratis, pero no es barata. Mucho le costó al profeta Jonás la salvación de Nínive y mucho le costó a Jesús la salvación nuestra. Su vida. La gracia no es barata. No malbaratemos la Gracia. Dios ama a todos, Dios quiere a todos, la Iglesia ha de estar abierta a todos. Pero la Salvación, que es gratis, tiene un coste. Hasta el Samaritano dejó pagada la salvación del transeunte apaleado. A Jonás le costó la muerte a sí mismo, a las tendencias de su carne, a su capricho. A Jesús la Cruz. Pensemoslo cuando «disfrutamos» de los sacramentos, de las iglesias abiertas, de la dedicación de los sacerdotes. Es gratis, pero no barato. Costó mucho. Cada vez que me confieso y el cielo se abre sobre mí de nuevo es toda la sangre de Cristo la que se ofrece a cambio. Cada vez que la Iglesia acoge a un pecador no es un acto de buenrollismo, es la misericordia de Dios que tiene un precio infinito. El amor al prójimo no es un acto de buena voluntad, no es tener un buen corazón, ser amable. Es mucho más que ser más empático con el sufrimiento. Es ser otro Cristo: ¿estás dispuesto a pagar el precio para la salvación de otro?