Hay un documental que emite una plataforma conocida, que habla de la vida de los niños en Gaza. Bueno, es fácil encontrar niños en Gaza, porque la mitad de la población tiene menos de catorce años. La cámara se mueve desde dentro del territorio, es un recorrido por los pueblos más conocidos de la Franja. Algunos nombres tristemente ya empiezan a sonarnos. Vemos el mar, el mismo mar que llega hasta las playas de Valencia, vemos la pobreza como un monolito de acero, los rascacielos de plástico, vemos edificios destruidos gracias al vuelo de los drones. El documental es del 2014. Hay una acusación que jamás podemos hacerle a un niño, y es su deslealtad. El niño dice lo que sufre y lo que le hace reír, a lo mejor lo dice mal o muy mal, pero se callará muy poco. El conflicto perpetuo de Oriente Medio se ha llevado por delante a sus hermanos padres o amigos. Los niños están heridos por dentro y se nota, porque apenas parpadean, y su seriedad parece una seriedad adulta.

En el documental se habla del shock post traumático que tienen los chavales después de los bombardeos. Que a un niño le pasen estas cosas es algo profundamente intolerable, y eso que los niños son incapaces de sostener perpetuamente una tragedia, porque en seguida encuentran una apoyatura para sus juegos. Una madre es una madre para siempre, aunque el hijo tenga sesenta años. Por tanto, un niño herido para siempre, produce una herida aún mayor en la madre. En fin, que la violencia llama a ejércitos de violencia mayor. Y los niños dicen que quieren ser como todos los niños del mundo, pobrecillos, ¿qué van a decir?

Pero hay algo en ellos que emociona profundamente al espectador, y es que saben perfectamente lo que quieren ser de mayores: hay uno que quiere ser ingeniero agrónomo, hay entre ellos pescadores, hay otros que quieren trabajar en el campo, como sus padres. Cuando se vive entre los escombros de la dificultad, a los niños se les agudiza el olfato de sus vocaciones naturales. Están dispuestos a ser felices a toda costa. Dios metió en el pecho del hombre una estructura de esperanza que no hay quien se la quite de en medio. Pienso que deberíamos rezar estos días oscuros por esos niños del 2014, que en este momento ya habrán rebasado la mayoría de edad. Son niños cuyos ángeles lloran. El Señor bien que lo dijo, sus ángeles siempre están viendo el rostro de Dios. Los ángeles de estos niños tienen la cara sucia de las bombas y han perdido el sentido de la orientación. El Señor los abrazaba y los bendecía, y ahora se encuentran solos. Vagan con sus preguntas en la cabeza, no pueden parar por la calle a los adultos para que respondan a todos esos interrogantes que les hacen tanto daño.

Qué difíciles son las cosas sencillas, la paz, el trabajo sereno, el cumplimiento del deber, eso que se dice a los niños antes de ponerse a estudiar. De todo eso habla hoy el Señor en el Evangelio. A quienes cumplen con el deber de lo cotidiano, desde una serenidad y una contemplación ordinaria, el Señor los irá sirviendo, porque a Dios le gusta ver al hombre viviendo en paz. Por eso, estos días el Cielo anda a media asta y llueve mucho, porque Dios no entiende a un ser humano salido de sus manos que no sabe vivir.