Pues nada, que aquí estamos todos guardando el espumillón y los Reyes de cartón en una caja que conservamos desde hace veinte años, inaugurando el tiempo ordinario con cara de pocos amigos, por mil razones. Porque sigue la guerra en Oriente Medio, también en Ucrania, el aceite está más caro que nunca, también los combustibles, la inflación, la polarización de las gentes se agudiza, la depauperación extiende su mancha de aceite y asusta… En fin que parece que el que se inventó el término “cuesta de enero” no tuvo demasiada imaginación y se quedó corto. Como vemos, en el tiempo litúrgico que la Iglesia denomina Ordinario, no es que no pasen cosas, es que pasan muchas, que son las cosas de todos los días. Y en el tiempo ordianrio comparten escenario las máscaras del teatro griego, la cara feliz y la mueca triste.

Me decía hace nada una chica, que no sacaba tiempo para rezar, que estaba distraída en el mundo con un millón de cosas. Me hablaba de los exámenes con los que se jugaba su futuro profesional, y que vivía últimamente de sobresaltos, como si tuviera dentro de ella ranas que estuvieran todo el día saltando, y así no se podía vivir. Me hizo gracia el ejemplo de las ranas saltando porque es muy significativo del atropellamiento vital en el que vivimos. Sólo le dije que vivir es llevar a Dios dentro, nada más. El resto es intentar buscarle un hueco para tener la conciencia tranquila de que mi cuota religiosa es generosa. Pero vivir, lo que se dice vivir, es mirar hacia dentro de uno mismo para saber con quién voy de la mano para hacer todas las cosas. Esto se llama vida ordinaria. Lo extraordinario y extraño es dejar a Dios fuera de mi tiempo, cosa que Jesús nunca quiso, porque quiso poner su tienda en medio de nosotros, así lo hemos vivido en Navidad, y en esa tienda tenemos un brasero que nos da calor suficiente para afrontar el reto de vivir.

El que empieza a escribir sobre un papel en blanco, piensa que lo que dirá en adelante será novedosísimo, porque la blancura parece indicar que no hay nada previo, que todo se agolpará después, mucho después, de una forma única. Un cristiano no empieza el tiempo ordinario con un papel en blanco, porque todos venimos de atrás y nos unen demasiadas cosas a historias previas. Por ejemplo, al pecado original, que arrastramos como la bola de los presos de los cómics que pintara Francisco Ibáñez. Los genes. La familia. Las relaciones humanas. Todo eso son mis previos con los que tengo que apechugar en el tiempo normal. Sólo tengo que aprender a mirar de una forma nueva, ése es el secreto. Qué impresionantes las palabras del Señor sobre la mirada humana, “si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado”. Si sabes mirar y tienes en standby tus pasiones interiores, y en vez de caos llevas orden interior, mirarás como miraba María, nuestra madre. Sólo hace nuevas todas las cosas quién mira sin el escrúpulo del juicio. Entonces las ranas ya no saltarán dentro de uno, porque Dios ha sustituido el ruido por un estado de concordia interior.

Pues eso es lo ordinario, ir de la mano de aquel que va contigo.