Y el Señor iba curando a todos de sus dolencias. Si hay alguna definición acertada del Hijo De Dios, es que quiere nuestro bien. No le apetecen ni la cojera crónica, ni el zarpazo inesperado del ictus, ni el dolor, ni la muerte de sus criaturas. Qué razón tiene el Papa cuando dice que a veces hemos hecho de nuestra biografía con Jesús, un inmenso ritual de penitencias, como si el dolor que nos infligimos tuviera el poder de salvarnos y no nuestra proximidad con el Redentor. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. ¿Que lleváis cruces?, menuda novedad, como todo el mundo, pero veníos conmigo y ya veréis el significado del término ligereza. ¿Qué es vivir?, un juego absoluto de proximidades, proximidades entre nosotros, entre nosotros y la naturaleza, entre nosotros y Dios, en las que lo tóxico y lo torcido están justamente fuera de juego.

Hoy me decía una persona, que merecía que le auparan a un puesto de honor laboral por su incontestable pericia. Es alguien que lucha por un reconocimiento público en el podio, vive literalmente para eso. Luego he ido a una habitación donde me llamaron los familiares de un paciente. En el instante de llegar, había fallecido, ya andaba en tránsito al encuentro con el Señor. Como la auxiliar no las tenía todas consigo, le puso por el cuerpo los mil adhesivos de rigor para hacerle los electrocardiogramas. Una pegatina azul y otra y otra, cada una con su conexión a un cable, que es el mismo cable, por cierto, de la guitarra eléctrica que se conecta a un amplificador para que el sonido llegue hasta el final del estadio. Después de activar el aparato, el papel de cuadrícula rosa salía tan ligero e incontaminado de información como entró. Él ya no estaba ahí, su sonido no se amplificaba. ¿De verdad que merece la pena abandonar esta vida con la pretensión de subir a un podio cuando la muerte te va a pegar el último bufido y te va a decir a la cara ¡estás despedido!?

Qué maravilla es despertar en el alma humana la posibilidad de vivir de otra manera. Aprended de mí que soy manso y humilde corazón y encontraréis vuestro descanso. Todas las palabras del Señor ponen orden dentro del pecho, ¿acaso no nos pasa eso cuando ponemos atención al Evangelio? Qué palabra más amable nos regala el castellano: mansedumbre. Y resulta que es una cualidad divina. El Señor vino a poner orden en nuestro cuarto de juegos. No hay lugar más espantosamente disparatado que el salón de jugar de los niños cuando han usado todos los juguetes. Aquello parece un campo después del estallido de las minas. Y el Señor no tiene prisa en volver a poner todo en su sitio. El que ama, sabe hacer las cosas así. El Señor nos cura, va poco a poco, ¿quién dijo prisa? Lo dejó San Juan Crisóstomo por escrito en un texto bellísimo: si quieres que tu oveja sane, no le eches una sustancia aséptica y fuerte toda de una vez, así la oveja se espantará y sólo conseguirás perderla. Dale aceite, un poco, ahora otro poco, la tarea es lenta, pero hay en ella más amor. Además te vas ganando a pequeños sorbos la confianza del animal.

Y el Señor iba curando a todos de sus dolencias. Hay que tener libertad incluso para contarle a Dios todo mi dolor, porque el orgullo quiere taparme la boca y me quiere en la prisión de los mudos. Dile hoy al Señor tu dolencia, señálasela. Haz feliz al Maestro con tu sinceridad.