Lo primero que hace el Señor delante del paralítico que busca curación es perdonarle los pecados, más adelante ya vendrá la curación física. Lo primero es poner orden en la propia vida. Sin la alegría que trae la gracia no podemos sobrellevar la enfermedad, ni una tos recurrente, a veces ni siquiera la propia vida. Solos nunca podemos encontrar mejoría. Al enfermo de hoy le tuvieron que bajar del techo en parihuelas, a nosotros nos tienen que ayudar los sacramentos y los santos. He leído hace poco una frase magnífica de un obispo nórdico que va en esta línea, el desorden que arrastramos es más de lo que podemos resolver por nuestra cuenta.

El médico no termina de curar, porque no puede sustraer al ser humano de la muerte, ni del sufrimiento a quienes envejecen mal, con el dolor de ver cómo sus cimientos van llenándose del mal de la piedra. La vocación del médico es una vocación de límites muy marcados. Las manos del médico nos devuelven a la vida, para que volvamos a correr con la espalda erguida, vale, nos hacen una cirugía de remplazo de un disco cervical y ahí estamos de nuevo, moviendo la cabeza como niños. Pero el médico no sabe responder a las preguntas que nacen en el pecho, quién soy, por qué muero, por qué tengo yo menos suerte que otros…

En el universo se ha operado un desorden que viene de antiguo. Nunca entenderemos del todo el pecado original, pero sabemos que ocurrió una soberbia en el origen, y nos dejó arrojados en este mundo como peces con poquita agua, inadaptados, insolidarios, torpes en la comunicación, mancos en el amor. El pecado es la palabra que mas hiere al hombre. Pero para entenderla, hay que ir a su original griego. Era un término que se usaba con relación a los juegos, significaba errar en el blanco con la jabalina o el arco. Como dice el obispo noruego citado más arriba, fallar en el objetivo propuesto. Antes que traernos al corazón la palabra culpa, el pecado nos debería traer una conciencia de desorganización interior. Eso lo sabe muy bien el Señor, por eso al enfermo de hoy le quita su desorden interior con la gracia de su presencia antes de curar sus males físicos.

Es interesante La zona de interés de Martin Amis, novela que narra la vida ordinaria de los oficiales de un campo de concentración. Por cierto, libro que acaba de llevarse a la gran pantalla. Allí se ve cómo aquellos “dispensadores de la vida ajena”  son capaces de ir al teatro mientras mandan matar a miles de seres humanos. Sin embargo, como el alma sabe que está fallando su tiro de humanidad, se muestran en un estado de perpetua incomodidad. Nunca he leído de una forma tan intensa el desasosiego que provoca el pecado que en este monólogo de un oficial, si lo que estamos haciendo es bueno, ¿por qué huele tan lacerantemente mal?, ¿por qué sentimos la necesidad ineludible de emborracharnos de forma tan desenfrenada? ¿Por qué hemos hecho que el prado se agite y escupa? Las moscas son gordas como zarzamoras, los bichos, las enfermedades, ¿por qué? ¿Por qué las ratas consiguen cinco raciones de pan por cada hogaza? ¿Por qué aquí la concepción y la gestación no son promesa de una nueva vida sino certeza de la muerte de la mujer y el bebé? ¿Por qué la nieve se nos vuelve parda? ¿Por qué hacemos eso?¿Por qué hacemos eso?”.

El ser humano busca su curación integral, y no sabe cómo hacerlo solo. Pero el Señor ahí está, tan cerca que sólo una palabra de su boca es capaz de sanar.