No estamos hablando de que Jesús se pusiera cerca de los pecadores públicos de su época, como quien comparte vagon de Metro con un desconocido, es que comía y bebía con ellos. No sé, invitar a comer a alguien es algo casi sagrado, es compartir una porción grande de intimidad. Detrás de la vajilla, que en muchos casos es heredada de los ancestros, llega la comida, elaborada por alguien que ha puesto amor hasta en la punta de los dedos. Y en algo tan rústico como una sopa caliente, van de la mano el empeño y el corazón. Y el mismo Dios come con ellos, con esa gente acusada públicamente de indeseables.

Qué buen consejo le dio Hemingway a otro gran escritor norteamericano, Jack London, hablándole del oficio de escribir, “mézclate estrechamente con la vida”. Eso le dijo. Es verdad, al escritor que mira de lejos la realidad, sólo le saldrán clichés. A Primo Levi, en cambio, que sobrevivió al campo de concentración de Monowice, lo leemos con devoción, porque su escritura salio directamente del peor de los horrores, su letra está aún impregnada de las cenizas que sobrevolaban a todas horas el campo. ¡Qué distinta la pureza ridícula de los nazis! Llegaron a imaginar el origen del universo a través de la teoría disparatada del hielo cósmico: hace millones de años, un cometa helado chocó con la Tierra. Las razas inferiores empezaron a a descender de los grandes simios, pero los pueblos nórdicos se preservaron criogénicamente en el continente perdido de la Atlántida. Esa era la manera de entender el mundo, la pureza de la raza era histórica y temporalmente distinta del resto de la humanidad. Moraleja: todo lo que se pone directamente aparte, es susceptible de sospecha.

Me gustan mucho las zanahorias, conservo un buen puñado en este momento en mi frigorífico, las compré ayer por la tarde. Por mucho que les vaya rascando la piel con el cuchillo, siempre queda algo de tierra en esa carne tan dura, y los dientes se dan cuenta, y no pasa nada. El Señor llevaba también consigo mucho de tierra, y se manchaba la ropa y las manos, pero le gustaba llamarse el Hijo del hombre. Era el Hijo de Dios, pero también de la criatura. Puso su tienda entre nosotros y los vientos no se la han llevado.

Hoy le vemos con san Mateo, cuando no era más que un pobre hombre que contaba los dineros de los demás. Es maravilloso ver cómo Jesús no busca complicar la vida del hombre, sino darle salud, porque servir al dinero y a los reinos de este mundo no ennoblece el alma, en cambio servir a Dios produce libertad. Eso es justo lo que nos hizo aquel sacerdote desconocido el día de nuestro bautismo cuando nos ungió con el crisma. Desde aquel momento, nadie puede valerse de mí, ni usarme, ni abusar de mí, ni esclavizarme. Estoy marcado con el signo eficaz de la pertenencia a Dios, es decir, soy absolutamente libre.

Por tanto, pegado a la tierra, pero muy sobrenatural. Perteneciente a Dios, pero muy libre.