Hay comentaristas que llaman a este evangelio, el evangelio de las cuatro de la tarde, porque el evangelista deja constancia que los discípulos de Juan se encontraron con Jesús a esa hora. No es una indicación menor. Cuando una realidad transforma nuestra vida, sabemos cuándo ocurrió, no sólo pasó en nuestra mente y en nuestro corazón, pasó en la historia, hay constancia de lugar, día y hora, hay pelos y señales. El otro día caminaba con un amigo por la calle Princesa, y fijándose en la fachada de un restaurante me dice, hace mucho tiempo aquí había una sidrería, ¿te acuerdas? En marzo de 1983 justamente aquí, en este rincón, me enamoré de la que ahora es mi mujer. Me dijo la fecha, una fecha para él indeleble. También Pascal, en su famoso Memorial, cuenta su experiencia de Dios, “en el año de gracia de 1654, lunes 23 de noviembre, a partir de las diez y media de la noche aproximadamente, hasta cerca de media hora después de la medianoche, alegría, alegría, alegría, lágrimas de alegría, certeza, alegría, paz”.

Tiene gracia que Jesús esté caminando, aunque para Él era lo habitual, y de repente lo cazan estos dos discípulos, pero Él inmediatamente pregunta: ¿qué buscáis? Es la pregunta trascendental. Cuando entras en un trabajo tienes sue saber por qué lo haces, ¿porque te gusta lo que llevarás entre manos, porque quieres ganar mucho dinero, porque quieres seguir los consejos de tu tío Pascual? Cuando aún estaba en el seminario, un sacerdote anciano me dijo algo importante. Señalo que era anciano porque el tiempo no sólo trae osteoporosis, también concede una medida más serena de las cosas. Me dijo que nunca descansara en mi vocación, ¿qué quieres decir?, le dije, pues que es fácil dejarse llevar por el orgullo, tienes a la gente ante ti en misa, llevas el mando de las reuniones de la parroquia, organizas, quitas, pones, y si no rezas te conviertes en un virrey, y exiges a los demás pleitesía. Por eso es clave preguntarse de vez en cuando, ¿qué busco en mi vida espiritual?

El Papa Francisco inició su pontificado criticando duramente el clericalismo de los que tienen las manos consagradas y van buscando puestos de responsabilidad en la Iglesia por el placer de verse con poder. Lo dijo una vez, es doloroso encontrar en algunos despachos parroquiales la “lista de precios” de los servicios sacramentales al modo de supermercado. O la Iglesia es el pueblo fiel de Dios en camino, o termina siendo una empresa de servicios variados. Y cuando los agentes de pastoral toman este segundo camino la Iglesia se convierte en el supermercado de la salvación y los sacerdotes meros empleados de una multinacional. Es la gran derrota a la que nos lleva el clericalismo. Y esto con mucha pena y escándalo (basta ir a sastrerías eclesiásticas en Roma para ver el escándalo de sacerdotes jóvenes probándose sotanas y sombreros o albas y roquetes con encajes)”.

Por eso, hoy es día de acordarnos cuándo iniciamos nuestra aventura con el Señor y cómo la vivimos ahora. Cuánto de pobreza hemos incorporado y cuánto de verdad lucimos aún.