El Señor les anuncia lo que espera hacer con ellos: hacerlos pescadores de hombres, es decir, asociarlos a su misión de rescatar a la humanidad, a cada hombre. Pero ¿para qué quiere el Señor que “pesquen” hombres? ¿para qué quiere Cristo que nosotros “pesquemos hombres? Desde luego que no es para “entretenerlos”, el apostolado que nos pide Jesucristo es para otra cosa. Él quiere que pesquemos hombres para que podamos ser instrumentos de su salvación. Para que se realice en ellos la Redención de Cristo, para comunicarles su misma vida. Cristo quiere por tanto asociarnos a su obra salvadora. Para que se realice en cada hombre la salvación, que ya ha sido operada por Cristo, cada hombre tiene que decirle a Cristo que sí, “dejar sus redes” – sus planes – y entrar en una nueva vida, la vida de los hijos de Dios.

Esto requiere por parte de cada hombre una “conversión”, un cambio de vida. Para esto manda Dios a Jonás: anunciar la necesidad de cambiar de conducta a los ninivitas. Y porque cambiaron, vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida, se compadeció (1ª Lectura). Cristo quiere “pescadores” que anuncien al mundo entero la salvación de Dios. Juan Pablo II, dirigiéndose a los jóvenes Santa Cruz (Bolivia) les decía: “Cada uno de vosotros tiene la capacidad de dirigirse a los que están a su alrededor con conocimiento de sus modos de ser y entender, llevándoles la Palabra de Dios de forma adecuada a las distintas situaciones de la vida concreta, colaborando de modo insustituible en realizar la única misión de la Iglesia. Con lengua maternal, la madre enseña a sus hijos las primeras oraciones de la infancia. Con el lenguaje de la amistad el amigo explica al amigo la necesidad de fomentar su vida cristiana. Con la lengua del compañerismo, los que trabajan juntos se animan mutuamente a santificar su tarea. El apostolado individual, que realiza cada uno haciendo fructificar los propios carismas, se convierte así en ‘el principio y la condición de todo apostolado seglar’.” (Juan Pablo II, Homilía del 13-V-1988, Santa Cruz).

El Señor ha querido necesitar de esa respuesta de los apóstoles, y de la nuestra. Ellos responden inmediatamente sacando las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Esta respuesta puede parecer un tanto repentina, pero antes de la llamada Jesús les está preparando: le han escuchado predicar, han presenciado milagros… Nuestra respuesta a los requerimientos de Dios es siempre ayudada. La gracia de Dios siempre previene la respuesta del hombre. Los ha elegido, como a nosotros, antes de la constitución del mundo (cf. Efe. 1,4-5) ¡Hay una elección divina que precede a nuestra existencia! La vocación de Simón, Andrés o Juan no es el fruto de unas casualidades o de que Jesús haya descubierto unas cualidades especiales en ellos. Más bien ha sido al revés: Dios ha dispuesto esas “casualidades”. Dios nos ha elegido antes de crear el mundo y sólo después nos crea con las cualidades y dones adecuados para aquello a lo que hemos sido elegidos. En la vocación de cada uno se ha dado esa elección divina Primero nos ha elegido y después nos ha creado para cumplir esa llamada. La elección precede a nuestra existencia, es más, determina la razón de ser de nuestra existencia. San Juan Pablo II recordaba lo determinante que es la vocación de cada uno.

Que nuestra Madre, nos ayude a ser muy dóciles al requerimiento de su Hijo a lo largo de cada jornada.