Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Es una frase en la que cada ser humano podemos sentirnos identificados, ya que la falta de memoria sobre las situaciones que nos puedan hacer daño es un leit motiv en el devenir humano. En este sentido, tú y yo no queremos volver a equivocarnos más, y en vez de asumir que es un inevitable, procedemos a enfadarnos con  nosotros mismos por nuestra vuelta a las andadas.

En el evangelio de hoy (Mc 8, 14-21), Jesús mira a sus discípulos cuando se están preocupando por el presente, por su falta de pan: «¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado? ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís? ¿No recordáis?». Estas preguntas uno las puede escuchar e interpretar como recriminatorias, pero nada más lejos de la realidad. Jesús no es el que va a señalarte cuando te vuelves a equivocar en aquello que juraste que no volverías a hacer. Jesús no tiene nunca esa mirada, porque esa corresponde a quien ha perdido la fe. Cristo te mira y hace la pregunta «¿No recordáis?» justamente para evitar que te puedas seguir haciendo daño internamente con tus juicios. «¿Acaso no recuerdas que yo no te echo nada en cara? ¿No recuerdas que he venido para alimentarte cada día y especialmente cuando más lo necesitas? ¿No has comprendido que soy el Dios de tus tropiezos y que permito que caigas porque sé que en ellos puedes volver a ser más fuerte en mí?».

La experiencia cristiana nunca irá separada de la experiencia humana, de la cual el fracaso y el olvido forman parte. Por eso, muy bellamente el Papa Francisco nos recuerda que «el santo no es aquel que no se cae nunca, sino quien, al caer,  se levanta una y otra vez, puesta su mirada en Cristo». Esto es huir de la levadura de los fariseos, que exigen la perfección moral de una vez para siempre. Esto es integrar tu humanidad en Cristo que, levantándote, te recuerda que siempre estará ahí para darte pan, y en abundancia. Esto es amar tu realidad, ya que en la vuelta a las andadas descubrimos de nuevo qué significa eso de misericordia eterna. Y si yo soy hombre que, por tropezar dos veces con la misma piedra, redescubre la desbordante gracia de nuestro Dios, diré con toda la Iglesia aquello de «oh feliz culpa, que mereció tan grande redentor».