Sábado 24-2-2024, I de Cuaresma (Mt 5,43-48)

«Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen». Siéntate alrededor del Maestro, en el monte junto a la muchedumbre de los discípulos. Haz silencio por dentro y por fuera, acalla todos los ruidos, abre tus oídos y tu corazón. Escucha a tu Señor: «Escucha, Israel». En este tiempo santo de oración y misericordia se nos llama una y otra vez a una escucha constante y atenta. Escuchar, leer y meditar el Sermón de la Montaña (Mt 5-7), que estamos siguiendo estos días de Cuaresma, puede ser un camino para nuestra conversión. En estas palabras de Jesús se concentra el gran núcleo de su Nueva Ley: la ley interior de la caridad.

«El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de san Mateo, encontrará en él sin duda alguna cuanto se refiere a las más perfectas costumbres cristianas, al modo de la carta perfecta de la vida cristiana» (San Agustín, De sermone Domine in monte, 1,1,1).

«La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Actúa por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de realizarlo.

» La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf. Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf. Mt 5,48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf. Mt 5,44)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1966-1968).

«Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto». Esta es la llamada que Jesús nos hace a nosotros hoy. Pero esta «perfección» de la que el Maestro habla no se refiere a una medida de «perfección humana», es decir, una especie de excelencia moral pura y superior. La «perfección» a la que Jesús nos llama es otra, es la plenitud de la caridad.

«La Ley evangélica está resumida en la regla de oro: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque ésta es la ley y los profetas” (Mt 7,12; cf Lc 6,31). Toda la Ley evangélica está contenida en el“mandamiento nuevo” de Jesús (Jn 13,34): amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado (cf. Jn 15,12).

» La Ley nueva es llamada ley de amor, porque hace obrar por el amor que infunde el Espíritu Santo más que por el temor; ley de gracia, porque confiere la fuerza de la gracia para obrar mediante la fe y los sacramentos; ley de libertad (cf. St 1,25; 2,12), porque nos libera de las observancias rituales y jurídicas de la Ley antigua, nos inclina a obrar espontáneamente bajo el impulso de la caridad y nos hace pasar de la condición del siervo “que ignora lo que hace su señor”, a la de amigo de Cristo, “porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15), o también a la condición de hijo heredero (cf Ga 4,1-7.21-31; Rm 8,15)» (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1970-1972).