Mateo 23, 1-12
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a los discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “rabbí”, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Como señala el papa Francisco, uno de los peligros de la Iglesia es la mundanización y concretamente la autorreferencialidad (EG 95). Consiste en vivir la vocación cristiana no para servir sino para ser servidos y medrar. Esa es la advertencia que Jesús hace en el Evangelio de hoy. Los escribas y fariseos se sabían elegidos, entre todo el pueblo judío, para dedicar sus vidas al servicio de la Toráh (la Ley) y del culto en el templo. Pero esa llamada la convirtieron sutilmente en una concentración de autoridad, de poder, de dominio. Y desde su superioridad moral se sentían jueces de los demás. Su vida y su fe estaban divorciadas. No vivían lo que exigían a los demás. Y esa es la hipocresía que denuncia Jesús.

La autoridad en la Iglesia no se garantiza por títulos, por nombramientos, por jerarquías solamente. La autoridad en la Iglesia nos la enseña a vivir Jesús. “Porque les enseñaba con autoridad y no como sus escribas.” (Mt 7,29). Para Jesús la autoridad viene del deseo de que los demás crezcan y se desarrollen. Precisamente la palabra “autoridad”, del latín “augeo”, significa aumentar. Tiene mayor autoridad quien más hace crecer al discípulo. Por eso Jesús recibió el título de “Rabbí”, maestro, porque buscaba que sus discípulos hicieran sus mismas obras y a ser posible mayores. Los cargos de responsabilidad sino se viven en la clave del Evangelio se convierten en concentración de poder. Y cuantos casos de abuso de poder han dañado vidas, truncado procesos y han alejado de la fe.

Todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad y cierto poder sobre las vidas de los demás. Por eso hoy se nos invita a mirar hacia dentro de nuestras vidas y preguntarnos: “¿Vivo para servir o para que me sirvan?” “¿Genero a mi alrededor ambientes de fraternidad, de sinodalidad, de promoción?”. O concentro todo en la confianza en nosotros mismos, sin aceptar críticas, opiniones diversas. Jesús a su alrededor creaba relaciones de confianza, donde todo el mundo se siente valioso. El poderoso oprime y empequeñece a todos los que le rodean. Que el liderazgo en nuestra Iglesia lo inspire el que se agacha a lavarnos los pies.