Cualquiera que viva con fidelidad (no digo con perfección o éxito sino con fidelidad) su seguimiento a Cristo ha comprobado en su vida lo que es el ciento por uno. Podemos decir que Dios nos pide, pero su pedir se convierte en un dar, por que cualquier cosa que sacrifiquemos o entreguemos es recompensada de forma desproporcionadamente generosa por el Señor.

A veces se ve la vida cristiana como una renuncia. Hay que renunciar a cosas buenas y apetecibles para justificarse ante Dios, para atraer su atención o su amor. Hay que sacrificarse, sufrir. Quién entienda así la vida cristiana no está entendiendo nada y desde luego no está viviendo el cristianismo. El cristianismo es la religión de la Gracia. Ahora que tenemos tan cerca la fiesta de Pentecostés, es el Espíritu Santo, Don Santísimo, el que nos hace vivir a un nivel de don que hace que no exista ninguna renuncia a seguir a Jesucristo.

¿Alguien que se haya casado podría decir que ha renunciado al resto de hombres o mujeres y que esa renuncia supone un sacrificio? Mal entendería el matrimonio esa persona. Pues con Dios lo mismo