Las palabras que Dios dirige a la serpiente tras el primer pecado de los hombres constituyen un auténtico protoevangelio, es decir, un anuncio de salvación. Ya se nos habla aquí de la promesa que se nos hace a los hombres: Una mujer pisará la cabeza de la serpiente. Nosotros sabemos que esa mujer es María, la nueva Eva, que con su obediencia, con su sí a la voluntad de Dios Padre, ha hecho posible la encarnación y, acompañando a su hijo durante los días de su vida mortal, hará posible también que Jesús lleve a su íntegro cumplimiento el plan de su Padre.

Así es como Jesús ha desandado el camino que el hombre anduvo en el pecado; frente a la desobediencia de Adán, Cristo, nuevo Adán, ha sido obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Frente a la acusación autoexculpatoria de Adán, que señala a Eva por su propia caída: “la mujer que me diste por esposa, me dió de comer “. Jesús, en el colmo del amor, ha amado hasta el extremo a su esposa, la Iglesia, y ha derramado su sangre por ella, para purificarla de sus pecados.

Es esta obediencia hasta la muerte y este amor hasta el extremo, el modo como Jesús ha redimido al hombre de su pecado, lo ha salvado del dominio de Satanás, principe de este mundo. Ha llegado su final.

Por eso, hoy en el evangelio escuchamos cómo Jesús recibe las acusaciones de expulsar demonios, es decir, hacer exorcismos, con el poder del mismo demonio. Entonces Jesús pone de manifiesto lo absurdo de este razonamiento: “¿Acaso puede estar Satanás contra Satanás?”  y aprovecha para explicar de manera implícita que si Satanás es el fuerte que ata y retiene; Él, Jesús, es el más fuerte que viene a atar a Satanás y a liberar a aquellos que estaban sometidos a él.

Esto es lo que experimentamos los cristianos cuando dejamos que Dios entre en nuestra vida. Somos liberados, no solo perdonados del pecado, sino liberados del poder de aquel que nos tenía retenidos. Es el poder del Espíritu Santo, al que se refiere San Pablo, en la segundo lectura como “espíritu de fortaleza y valentía”, un espíritu de libertad que nos hace capaces de llevar a término el plan de Dios para cada uno de nosotros.

Las últimas palabras de Jesús en el evangelio, en las que aparentemente trata con cierta frialdad a su madre, cuando responde a aquellos que le avisan de que ella y sus parientes están fuera y le llaman, nos terminan de hacer aún más explícito este mensaje. La madre y los hermanos de Jesús son todos aquellos que cumplen la voluntad de su Padre del cielo.  Si es dichosa Maria, y así lo es, es precisamente por haber creído, como dijo Isabel en la visita de María: “Dichosa tú que has creído”. María es dichosa porque ha vencido a la serpiente, ha pisado su cabeza, con su obediencia. Ha abierto las puertas de la redención de los  hombres. Dejemos que Dios actúe en nuestra vida liberándonos y dándonos la auténtica libertad que consiste en vivir a la escucha y obedientes de la palabra de Dios, que nos revela su plan de salvación para nosotros.