Quizá empiezo a hacerme mayor: la optimización de esfuerzos y recursos puede ser un síntoma de ello. Pero también es fruto de la experiencia. Una de ellas: la de no perder tiempo con la necedad. Cristo lo dice de otro modo, pero es lo mismo: «no echar perlas a los cerdos». Significa no perder el tiempo intentando convencer a un necio a través de argumentos. Su corazón y su inteligencia están cerrados. Son estériles los esfuerzo y mucho el tiempo que se puede perder. No desgastarse con los necios nos da mucho más tiempo para hacer el bien.

¿Dónde puede verse la necedad?
—Cuando, por ejemplo, alguien te hace una crítica de algo que tú conoces bien y, después de explicarle la situación y ampliar los datos que no tenía para ponerle en verdad, sigue erre que erre: «Hablemos de mi libro». No tiene ni la más remota intención de escuchar.
—Después de la dura prueba del covid, no son pocos los que siguen erre que erre: «Está prohibido comulgar en la boca»; y otros: «está prohibido comulgar en la mano».
—En el confesonario, algunos repiten a cada media frase tuya «sí, padre»… «sí, padre»… «sí, padre». Me da la impresión que si les dijera que mataran a su hijo o yo soltara un buen taco, seguro que siguen «sí, padre»… Si eres de esos que dicen «sí, padre», bórrate ahora de la lista: ya sabes lo que piensa el sacerdote.
—Otra: cuando alguien te suelta un bofetón verbal por los casos de pederastia en el clero sin intención ninguna de entrar en el asunto y poder ver el bosque.
Y así, la lista se antoja interminable… ¡Y esto, sin salirnos de la misma comunidad cristiana, con fuego amigo! Siento ser tan sincero, pero es que todo eso es tan real…

Y ha sucedido muchas veces que el necio… ¡era yo! Oportunidades para ser humilde y crecer a base de palos no le faltan a uno…

La diversidad de perspectivas y opiniones acerca del mismo asunto es lógico (y necesario respetarlo). De hecho, tener bien orientada la parabólica para recibir críticas constructivas ha sido siempre algo muy beneficioso para mí y, en este caso concreto, para la parroquia. Ganamos mucho si hacemos nuestro la enseñanza del gran San Agustín: In necesariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas.

Pero cuando alguien va con la verdad por delante estando en el error o en la poquedad de miras, poco negocio se puede hacer.

La puerta de entrada que usa Cristo en nuestras vidas es la rectitud. Cuando el Señor la encuentra abierta, es fácil entrar por ahí, porque hay anhelos de conocer la verdad. Ese camino supone siempre una conversión, un constante movimiento de crecimiento en las virtudes gracias a que uno se deja iluminar por una luz mayor.

Lo contrario de la rectitud es precisamente la necedad, que es la cerrazón orgullosa de quien vive en un prejuicio pero no tiene intención de conocer la verdad ni de moverse hacia ella. Por esa razón, san Pablo acabó por desesperarse de los judíos, con quien no podía hacer nada; de esa puerta cerrada pasó a otra abierta, la de la predicación de los gentiles.

Esta rectitud de mente y corazón lo explica el Señor como un camino arduo. ¡Y vaya si lo es! Porque nos cuesta un montón ser humildes a la verdad y amoldarnos a ella. ¡Danos rectitud de corazón, Señor, para que puedas regalarnos las perlas de tu amor!