“Se romperá en pedazos el toro de Samaria.” En estos días en que aprieta el calor parece que hacemos un ídolo del cuerpo: Se enseña, se colorea, se forma, se luce y el pudor se guarda con las prendas de invierno. Cuerpo que, no lo dudemos, acabará como los desconocidos de la fosa del cementerio. Para nuestro cuerpo ese va a ser “el día después.” Hay que cuidarse pero no hay que dar culto al cuerpo. No podemos convertir nuestra carne en “altares del mundo”.

No está de moda hablar de pudor, de castidad, de decencia. Son ideas arcaicas, de reprimidos sexuales, de miradas sucias, … hoy casi todo está bien visto, es lo que se lleva (o mejor dicho: no se lleva). “Siembran vientos y cosechan tempestades.” ¿Acaso las dietas, los gimnasios, los regímenes alimentarios, las prendas que no dejan nada a la imaginación, etc. se hacen y usan para no gustar a los demás?. Cuántos, que consideran estas cosas como “tonterías”, han acabado adorando la fragilidad de su carne y el único pecado que conocen se llama “michelín”.

“Al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas”. Muchos aparcan su fe, su vocación, a su único Señor en el tiempo del calor. A Dios es al que tienes que gustar, por dentro y por fuera, y no le importan demasiado las medidas.

Para las madres, los hijos nunca son feos, así que cuando salgamos a la calle, y nos relaciones con otros, en nuestro descanso, en nuestras diversiones y conversaciones … ojalá pueda estar nuestra madre la Virgen presente y le digamos al oído: “Pero que guapa eres”.