Desde que somos pequeños, tenemos claro que las personas que se chivan, los que están más pendientes de señalar a otros cuando lo hacen mal, están mal mirados. Porque el ser humano está creado para trabajar en equipo, no para boicotearnos entre nosotros. Por eso, cuando encontramos a alguien que intenta ponernos la zancadilla, en vez de ayudarnos a levantarnos, da rabia.

En el evangelio de hoy pasa exactamente lo mismo. Los judíos que se quejan de los discípulos Está más pendientes de intentar hacer daño a Jesús que preocuparse por el bienestar de unos hermanos. ¿Acaso no nos pasa esto muy a menudo? Miramos con gafas de juicio A otros hermanos, intentando que se comporten y piense en tal y como nosotros queremos y creemos en vez de preguntarnos primero por su bienestar.

Jesús nos recuerda la importancia de que la ley nunca puede estar por encima de ninguna persona porque la ley es Él mismo. Los cristianos no vivimos cumpliendo una serie de puntos de un contrato sino llevamos a cabo un estilo de vida. Claro que hay normas y leyes y caminos a transitar, pero eso jamás serán más importantes que ninguna de las personas, porque cada una de ellas es el lugar donde habita toda la Trinidad.

Ojalá podamos ir por la vida siendo conscientes de que no habrá nunca una ley que valga más para las personas que la ley del amor, la ley del Señor.