Todos queremos vivir. Y vivir en plenitud. De ahí que vayamos por la vida intentado conseguir el máximo de experiencias posibles, en un intento por agotar toda las posibilidades de estar vivos. Pero es un engaño. Pablo D’Ors, en su maravillosa obra de la ‘Biografía del Silencio’, afirma que “como muchos de mis contemporáneos, estaba convencido de que cuantas más experiencias tuviera y cuanto más intensas y fulgurantes fueran, más pronto y mejor llegaría a ser una persona en plenitud. Hoy sé que no es así: la cantidad de experiencias y su intensidad solo sirve para aturdirnos.“

Hoy Jesús nos habla de estar despiertos de verdad, de no vivir aturdidos. La llamada de Jesús es a parar en Él, en tener momentos de intimidad y de calidad para poder así vivir con la intensidad que nuestro corazón desea. «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». ¿Y qué puede ser ese lugar desierto?

Un lugar desierto es aquel en el cual podemos desnudar nuestra interioridad sin ningún problema, es el poder parar tranquilamente sin miedo a que te puedan herir. Hay muchos lugares desierto que tenemos al alcance de nuestra mano: ese amigo incondicional que está a nuestro lado y en quien podemos descansar, ese familiar que es refugio para ti, esa persona que tanto te entiende y que te posibilita ser tú mismo… Los lugares desiertos son aquellos que nos alejan del aturdimiento, son lugares donde podemos ver cómo se manifiesta nuestro Dios.

Porque todos queremos vivir. Pero para vivir en plenitud, Cristo nos recuerda que Él es quien nos libra del aturdimiento de una vida superficial.

Hoy domingo le pedimos al Señor que nos enseñe a parar bien, a dar gracias por los lugares y personas que nos posibilitan que esto se dé, y a vivirlos agradecidos, porque todo lo que uno pueda descansar en Dios es rédito para otros que andan como oveja sin pastor.