Domingo 28-7-2024, XVII del Tiempo Ordinario B (Jn 6,1-15)

«Jesús se marchó a la otra parte del mar de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente». Comenzamos una nueva etapa en las lecturas dominicales de la santa Misa. A partir de hoy, y en los próximos domingos, se proclamará el “Discurso del pan de vida”. Una lectura muy apropiada para estos meses de verano, cuando quizás se hace más costoso acudir a la Eucaristía.

«Este domingo hemos iniciado la lectura del capítulo 6 del Evangelio de san Juan. El capítulo se abre con la escena de la multiplicación de los panes, que después Jesús comenta en la sinagoga de Cafarnaúm, afirmando que él mismo es el “pan” que da la vida. Las acciones realizadas por Jesús son paralelas a las de la última Cena: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados”. La insistencia en el tema del “pan”, que es compartido, y en la “acción de gracias”, recuerda la Eucaristía, el sacrificio de Cristo para la salvación del mundo. La mirada se dirige hacia la cruz, el don de amor, y hacia la Eucaristía, la perpetuación de este don: Cristo se hace pan de vida para los hombres. La Eucaristía es el gran encuentro permanente del hombre con Dios, en el que el Señor se hace nuestro alimento, se da a sí mismo para transformarnos en él mismo» (Benedicto XVI, Ángelus, 29-07-2012).

«Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados». Este milagro se hace de nuevo cada día en la Eucaristía. Jesús toma nuestra pobre ofrenda y la transforma en lo más grande. En Él mismo.

«En la escena de la multiplicación se señala también la presencia de un muchacho que, ante la dificultad de dar de comer a tantas personas, comparte lo poco que tiene: cinco panes y dos peces. El milagro no se produce de la nada, sino de la modesta aportación de un muchacho sencillo que comparte lo que tenía consigo. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos hace ver que si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede realizarse siempre de nuevo el milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos partícipes de su don» (Ibid.).

«La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: “Este es verdaderamente el Profeta que va a venir al mundo”». Aquel prodigio asombró a las muchedumbres, que querían hacer Rey a Jesús. Sin embargo, nosotros tantas veces vivimos un milagro mucho más grande con rutina e indiferencia. ¡Pidamos hoy no acostumbrarnos nunca a la Eucaristía!

«La multitud queda asombrada por el prodigio: ve en Jesús al nuevo Moisés, digno del poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado; pero se queda en el elemento material, en lo que había comido, y el Señor, “sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo”. Jesús no es un rey terrenal que ejerce su dominio, sino un rey que sirve, que se acerca al hombre para saciar no sólo el hambre material, sino sobre todo el hambre más profunda, el hambre de orientación, de sentido, de verdad, el hambre de Dios.

» Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos ayude a redescubrir la importancia de alimentarnos no sólo de pan, sino de verdad, de amor, de Cristo, del cuerpo de Cristo, participando fielmente y con gran conciencia en la Eucaristía, para estar cada vez más íntimamente unidos a él. En efecto, “no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; nos atrae hacia sí” (Sacramentum caritatis, 70)» (Ibid.).