La pregunta que le hacen los discípulos a Jesús y la explicación de la parábola de la cizaña atraviesa toda la historia de la humanidad. ¿De dónde sale el mal y el sufrimiento en el mundo? Si Dios ha hecho todas las cosas buenas, si como dice el Génesis: «Y vio Dios que todo era muy bueno» (Gn 1,31). ¿Por qué hay dolor, muerte y desgracias? ¿Por qué llegan cada día a nuestros oídos noticias de enfermedades con mal pronósticos, ingresos de urgencia, fallecimientos inesperados? ¿Cómo podemos vivir alegres y esponjados cuando a nuestro alrededor todo se tambalea y nos muestra su vulnerabilidad? La respuesta no puede ser rápida ni teórica. No podemos culpar de todas las desgracias al pecado y a la libertad humana. Esa es la receta simple que desde pequeños nos han dado los catequistas.

Todo el libro de Job es un desarrollo sobre ese misterio del mal. ¿Por qué al justo le sobrevienen las desgracias? Y porqué a mucha gente disoluta y alejada de Dios parece que todo le sale bien y se asocia al triunfo y al éxito. Justo en el libro de Job se huye de recetas que lo expliquen todo de una manera racional y nos introduce en descubrir el sufrimiento como un lugar teológico y experiencial. Es un “misterio” que solo se ilumina con la vida de Jesús. 

Él nos invita a vivir abrazando la cruz, no huyendo de ella. La vida de Jesús fue un mirar de cara el sufrimiento del mundo y prestar su humanidad para revertir todo mal y toda injusticia en ocasión para que se manifieste la gloria de Dios. Por eso curó a tantos enfermos que se sentían impuros y herederos de los pecados de sus padres. Convertir el mal en ocasión de sacar más amor. Convertir la cruz personal y las cruces de los demás en una ocasión para la esperanza, para que la vida se manifieste por encima de toda muerte y de toda desgracia. Decía la madre Teresa de Calcuta: “No maldigas las tinieblas, enciende una luz”. Que nuestras vidas se dediq uen a encender luces de amor en medio de tanta cizaña, de tanta queja, de tanta crítica y de tanta desesperación.