Hoy seguimos con el monográfico que el Señor dedica al universo de la hipocresía, y ya van tres evangelios esta semana. ¿Sabes dónde se aprenden muchos rasgos de la hipocresía?, en la buena literatura, porque en los buenos personajes las pasiones se hacen carne. El Papa ha escrito este verano, hace sólo un mes, una carta a los seminaristas sobre el papel de la literatura en la formación de los nuevos sacerdotes. Pero bien podría ser un material de primera mano para cualquier laico. En ese texto más que notable, el santo padre dice que la literatura nos enseña a ver y, en palabras del poeta Paul Celan, el que aprende a ver, se acerca a lo invisible. Qué pena entender la literatura como mero espectáculo de acontecimientos que sirven para entretener. No hemos nacido para ser entretenidos, sino para saber quiénes somos, por eso la buena literatura hace crecer.
Por ejemplo, tengo entre manos el primero de los cuatro volúmenes de la saga Dos amigas, de la escritora Elena Ferrante, que es el seudónimo de un escritor/a desconocido. Esta misma tarde he leído unas palabras muy certeras justamente sobre la hipocresía y la falsedad en la conducta. Hablamos de un personaje maduro que manipula a una mujer para hacerla su amante, “él sabía que era una mujer frágil, pero se lió con ella de todos modos, por pura vanidad. Por vanidad haría daño a quien fuera, y no se sentiría responsable. Como está convencido de que hace feliz a la gente, se cree que hay que perdonárselo todo. Va a misa todos los domingos. Colma de atenciones a mi madre. Pero la traiciona continuamente. Es un hipócrita, me da asco”. La autora afina mucho en la descripción del hipócrita: no es capaz de juzgar serenamente sus actos, es vanidoso, hace lo peor sin advertirlo, puede dañar sin que él mismo lo note, parece feliz y completo, pero es un depredador, que sólo se busca a sí mismo.
Esa acometida de Jesús diciendo “ay de vosotros”, sale de sus labios solamente para dirigirse a los fariseos. A la adúltera que iban a apedrear, la perdona, porque sabe que con ella hay posibilidad de recuperación, de educación, de poder mostrar toda su misericordia. Pero con los fariseos se encuentra con un muro, porque como bien ha expresado Ferrante en su novela, la vanidad lo pudre todo con su toxicidad.
Sepulcros blanqueados es quizá el insulto más literario salido de la boca de un ser humano. Y Jesús, el Hijo de Dios, lo pronunció. Un sepulcro es un lugar donde ya no hay hombre, sólo pasto de descomposición. Cees Noteboom, que recibió hace años el Nobel, es uno de esos escritores que gusta de pasear en torno a los cementerios, y habla de los ilustres cadáveres que allí duermen. Dice algo sobre las tumbas que siempre me ha llamado la atención, “allí hay algo, pero en el fondo no hay nada”. Es exactamente eso, hay un poco de quien fue, pero que ya no es. Llamar a alguien sepulcro blanqueado es decir que mientras se pisa una losa blanquísima, los gusanos montan un festín de descomposición.
Nunca sabemos hasta dónde puede llegar el alma humana en su posibilidad de crecer o venirse abajo. Habrá que elegir cada día…