Después de haber padecido la plaga de Halloween, celebramos este día la memoria de todos los difuntos, después de haber celebrado la solemnidad de todos los santos. Halloween no es más que una deformación de estas dos fiestas que celebra la Iglesia, en la que se nos pone delante de las verdades eternas: muerte, cielo, infierno y purgatorio. El hombre necesita exorcizar el miedo a la muerte y la perplejidad ante la eternidad y lo hace de manera simple, riéndose. Riéndose de la muerte parece que exorcizamos el miedo a la propia muerte, pero es un recurso vano. Que se lo pregunten a la gente de Valencia que ahora mismo está buscando seres queridos entre el barro. Preguntemosles si la muerte les da risa. Vete ahora a Valencia disfrazado de esqueleto, a darles un susto. ¡Huuu!, qué risa, ¿verdad?. Pues no.
Puede que haya mucha gente desesperada y preguntándose por qué, pero habrá mucha otra que haya mirado al cielo y haya gritado: ¡Señor, ten piedad!. Muchos incluso habrán encontrado o estarán encontrando paz en las Palabras de Señor: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí… Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida». No da risa, da paz, y esperanza.