¿La gran bestia negra del ser humano?: la autodeterminación, el creerse solo e independiente para solventar los obstáculos de la vida. El self made man es uno de los inventos más dramáticos que arrastramos desde el siglo XX. Nadie se construye a sí mismo, nadie sale solo de alta mar agitando los brazos. No nacemos desconectados, más bien nacemos unidos a una madre y dependientes de una cultura, todo nuestro pasado biográfico es un universo de contactos. Sin embargo, nos creemos Robinson Crusoe modelando pucheros de arcilla y creyéndonos los magnates de la independencia.

Da pena ver los datos de Japón, los ancianos se encuentran cada vez más solos y perdidos. La noticias son estremecedoras, aquellos ancianos eligen cometer hurtos para que los metan en la cárcel y así tener la oportunidad de encontrar el calor de la conversación con los compañeros de celda. No es ficción. Ojo a la declaración reciente de una anciana a una agencia de comunicación, “aquí no me siento sola, disfruto más de la vida en la cárcel, siempre hay gente alrededor. La segunda vez que salí de la cárcel me dije que no volvería, pero ahora siento nostalgia”. Londres ostenta el título de la capital mundial de la soledad. Reino Unido y Japón son los primeros países que cuentan con un Ministerio de la Soledad, porque el aislamiento y la soledad no deseada de muchos ciudadanos, empieza a ser un problema de salud pública.

Entre los triunfos de la independencia y de la soledad, no estamos siendo inteligentes con el futuro de la humanidad. Habría que repensar en qué suelo construimos nuestras relaciones. Nos han enseñado a que soy yo y sólo yo, pero no es verdad. Lo cuenta muy bien “La carretera”, la novela de Cormac McCarthy, que también tuvo versión cinematográfica. Siempre se ha pensado que nuestro mínimo común denominador es el individuo, un tipo solitario con vida propia que se desarrolla por su cuenta. En cambio, en la novela ese mínimo es una relación, y es un padre, con todo lo que trae de seguridad y no de conquista.

Digo todo esto porque hoy el Señor en el Evangelio nos dice que hay que rezar sin desfallecer. Es decir, no podemos perder la conciencia del vínculo íntimo con Dios. Si la perdemos, nos perdemos. Hoy hablaba con un joven no creyente, pero con una inquietud monumental. Y me decía que tenía una mentalidad muy científica, y que los asuntos de la fe no encajan en sus cuentas de razón, no le salen. Le dije que con una mentalidad científica uno no se puede enamorar, ni construir una familia, ni iniciar una amistad duradera. Mañana caso a una pareja de locos de la lectura, que ya me han recomendado cinco novelas imprescindibles, y lo primero que él le dirá a ella mañana será, “yo, Borja, te recibo a ti, Blanca, como esposa…” En esta frase, el ser humano mueve todo lo que porta de humanidad: la razón, el corazón, el cuerpo, la voluntad, la espiritualidad, todo lo que es el ser humano, no sólo su razón científica.

Por eso hay que rezar siempre, para que no triunfe en mí la mentira de la autodeterminación y de la soledad, el yo puedo con todo. Tener a Dios como interlocutor, me salva de la tentación de quedarme a vivir conmigo mismo de por vida.