En la primera lectura en Espíritu Santo nos dice a cada uno, a modo de invitación: “Mira, estoy de pie a la puerta y llamo” Si escuchas mi voz y abres la puerta, entraré en tu casa y cenaré contigo y tú conmigo. El Señor no deja de llamar a la puerta de nuestro corazón, pero nosotros hemos de hacer dos cosas para dejarle entrar: escuchar su voz y abrir la puerta.
El Evangelio nos deja un ejemplo claro: Zaqueo, “jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí”. Zaqueo se las ingenia para superar las dificultades y poder “escuchar su voz”: hay mucha gente y es bajo de estatura. Nosotros habremos de superar los obstáculos para oír la voz del Señor. Hemos de retirarnos y hacer cada día un silencio para estar sólo pendiente de él, como Zaqueo se subió a un sicomoro. Hemos de aprender a recorrer el camino de la adoración y de la contemplación. El Papa Francisco nos recuerda “qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, ¡y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! (Exhortación “Evangelii gaudium” 264). Sentirse mirado por Él. Parece sencillo: dejarse mirar, simplemente ser en la presencia de Dios… pero lo cierto es que nos cuesta terriblemente en un mundo hiperactivo y saturado de estímulos”.
Zaqueo le abre su casa, le abre su corazón y su conciencia: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más”. Abrir nuestra conciencia a Dios, Nuestro Padre, significa reconocer el propio pecado. Tenemos que ser sinceros Sinceridad que siempre cuesta. Nos ayudará saber que “ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti” – San Agustín, Las Confesiones. Cfr. Oficio de Lecturas martes VIII T.O. -.
Zaqueo, tras reconocer su pecado ha sabido dar el salto, soltar «lastre» y falsas seguridades. El Señor le dice a Zaqueo: «hoy ha llegado la salvación esta casa», sólo cuando ha descubierto que los bienes que le trae Cristo, el Reino, son incomparables con los bienes de la tierra, ha cambiado su corazón y empieza a desprenderse de estorbos para el Cielo.
Pidamos a nuestra Madre que nos enseñe a abrir el oído y el corazón a Dios, para que también pueda decirnos: «hoy ha llegado la salvación esta casa».