Hoy nos encontramos con una escena profundamente humana y, a la vez, llena del misterio de Dios. José, un hombre justo, se encuentra ante una situación inesperada y desconcertante: María, su prometida, espera un hijo. En su tiempo y en su cultura, esto podía ser motivo de escándalo y rechazo. José no entiende, pero su primera reacción no es condenar ni señalar, sino proteger a María: decide dejarla en secreto, con discreción y respeto. Aquí vemos a un José sensible, prudente y compasivo, alguien que, aun en la incertidumbre, elige el bien del otro.
Sin embargo, Dios interviene en su vida y le muestra un horizonte nuevo: “No temas acoger a María”. José descubre que lo que parecía una dificultad es, en realidad, el inicio del cumplimiento del plan de Dios. En un sueño, se le revela que el hijo que María lleva en su vientre es obra del Espíritu Santo y que su misión será acoger a Jesús, el Salvador, y ser parte activa del proyecto de salvación.
Hoy, al rezar la antífona “Oh Adonai, Pastor de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza ardiente y le diste tu ley en el Sinaí, ven a librarnos con el poder de tu brazo”, invocamos a Dios como Adonai, nuestro Señor y guía, que se revela en la historia, no con poder deslumbrante, sino en lo pequeño y en lo escondido. Como lo hizo con Moisés en la zarza, también con José: Dios se manifiesta en lo inesperado, en lo sencillo y en lo frágil.
Esta escena nos invita a reflexionar sobre cómo actuamos nosotros cuando la vida no sigue el guion esperado. ¿Nos encerramos en nuestros miedos y planes? ¿O, como José, estamos dispuestos a escuchar la voz de Dios, aunque nos descoloque? José tuvo que confiar en una palabra que parecía incomprensible, y esa confianza permitió que el Salvador entrara en la historia.
En nuestro día a día, también nos encontramos con momentos de incertidumbre, decisiones difíciles o caminos que no entendemos. La invitación de Dios sigue siendo la misma: “No temas”. Acoge lo que hoy te parece complicado o fuera de lugar porque, quizás, ahí está Dios actuando de una manera que aún no comprendes. En ese hijo que te preocupa, en esa dificultad económica, en esa relación que necesita ser sanada, Dios está obrando y te dice: “Confía, yo estoy contigo”.
José, al despertar, “hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. Su fe no se queda en las palabras, sino que se traduce en acción concreta. Hoy podemos preguntarnos: ¿cómo puedo yo, en medio de mi vida cotidiana, ser dócil a la voz de Dios? Quizás acogiendo a alguien que necesita comprensión, perdonando, siendo un puente de paz en mi familia, confiando en que Dios siempre es “Adonai”, el Señor que guía, que sostiene y que, con el poder de su brazo, nos libra de nuestros miedos.
Dios sigue siendo “Emmanuel”, Dios-con-nosotros, en las situaciones más sencillas y cotidianas. Que aprendamos, como José, a descubrirlo y a actuar con fe y valentía. No temamos acoger a Dios en nuestras vidas.