Hoy celebramos una de las fiestas marianas más entrañables del calendario, la Asunción de María a los Cielos. No es un Misterio que nada tenga que ver con nosotros, más bien es fundamental para nuestro destino.
La Virgen murió, como murió su Hijo, y como morimos todos. El cuadro de Caravaggio que hace alusión al instante de «la dormición» de María, es espeluznante. Se nos ofrece un cuerpo sin vida con toda su crudeza, rodeado del llanto de los apóstoles. Pero ella pasó «al otro lado» con su cuerpo y su alma. Eso quiere decir que se nos ha adelantado a los que venimos detrás, con el miedo a morir pegado a nuestra espalda. Por la Virgen sabemos que en el más allá hay oportunidad para que Dios se encuentre de verdad con lo humano. Vamos, que no es una metáfora eso de ser hijos de Dios, sino que somos con todo derecho participantes o, por barbarizar, «participadores» de Dios. La primera huella en lo divino por parte de un ser humano, como la de Amstrong en la luna, la puso la Virgen.
Por eso, al ser una de nuestras fiestas más celebradas entre los cristianos, ha pasado al terruño popular. Hay autoridades civiles que quieren separar la parcela religiosa de la pura diversión popular, pero ¿cómo se puede desentrañar la naturaleza religiosa de nuestras fiestas populares, si está en su trama original?
Siempre que nos acerquemos a una imagen de la Virgen, de alabastro o madera, deberíamos recordar que la tenemos muy cerca, por Madre, y muy próxima a Dios, por viva. Lo que significa que Dios y el hombre no andan tan lejos. Todo gesto de la vida de nuestra Madre debería ser alimento cotidiano, porque no tenemos que hacer otra cosa más que aprender de Ella, de su vida interior llena de riquezas, de Ella que estaba siempre pendiente del proceder de los otros, que tenía incluso autoridad con su Hijo cuando le mandó hacer su primer milagro, que vivía en oración, que llevaba con serenidad la animadversión de los judíos contra su Hijo. Que no se te escape una jornada como la de hoy.
COMPARTIR LA ALEGRÍA DEL ESPÍRITU.
Encuentro con su hijo Jesús, llevando su ternura de madre, fundiéndose con él en un abrazo de amor.
Es la fiesta del encuentro, la cercanía, la ayuda mutua; nos insta a salir fuera, acelerar el paso, sin duda despertar nuestro corazón adormecido.
María corre presurosa a la montaña, hacia la casa de su prima Isabel. Desea compartir la alegría de un encuentro singular, las dos iban a ser madres.
María experimenta la presencia del Espíritu obrando en ella la maravilla del amor de Dios, llenándola de sublime gozo .
A Isabel, la criatura le salta de alegría en sus entrañas, sin comprender cómo a su edad, Dios le había infundido un nuevo aliento de vida.
Compartir es una experiencia profunda, se dice que las alegrías se multiplican y la tristeza se divide, todo resulta más grato y llevadero.
Cultivar las relaciones tanto familiares como de amistad, nunca es una tarea baldía, al revés, es una experiencia que produce la íntima sensación de saber que no estamos solos, que nuestra vida importa a los demás y podemos contar con su aprecio y ayuda.
A pesar de la cultura imperante, individual y egocéntrica, que fomenta lo mío y personal, pasando de largo ante el sufrimiento ajeno con total indiferencia, y provocando heridas y daño, es preciso recuperar la virtud de la misericordia traducido en interés por el otro-@, servicio gratuíto y desinteresado, acogida cercana y fraterna.
No sólo he de congratularme en los momentos de triunfo y prosperidad, estar disponible para la fiesta y celebración, cuando todo va bien y la alegría está garantizada.
Sin duda, cuando más se pone en evidencia la humanidad de las personas, es en los momentos de dificultad y sufrimiento, en que todos-@s necesitamos una mano amiga.
La fiesta de hoy, acompañando a María en su triunfo glorioso al final de su paso por la Tierra, nos llena de esperanza al pensar en esta mujer sencilla y modesta, que sin pretensión alguna, aceptó la voluntad de Dios en su humilde condición humana.
Esta vez, la Palabra nos insta a salir de nuestras cómodas seguridades e ir diligentes donde sabemos Dios nos aguarda. Es la manera de compartir la presencia del Espíriru que nos habita. Pues que no caiga la noche sin hacer algo bueno por quien sabemos nos necesita.
Pidamos a la Señora, esa mujer «radiante, vestida de sol y coronada de estrellas», que asumamos el camino que ella nos indicó:
«HACED LO QUE MI HIJO OS DIGA».
Para Miren. Muy bueno tu comentario sobre el de la lectura de hoy.
Cada día te superas más. Sigue así. Nos haces un gran bien.
Señor: En tus Manos Divinas he puesto toda mi esperanza. Tu Santísima Madre a tu lado siempre me llena de paz y serenidad en medio de las dificultades y en mi lucha contra el enemigo.Bendita seas Madre, presente en mi vida siempre para darme fuerza y acogida. Amén
Al atardecer de esta hermoso día de verano, en el cual, nuestra Madre ha sido recordada y festejada en multitud de lugares y pueblos, por todo el orbe de la Tierra, quiero añadir
este pequeño y sencillo verso de Fray Luis de León, en nombre de todos los hombres y mujeres que aguardamos con esperanza, salir al encuentro de María y de su hijo Jesús“.
Al cielo vas, Señora, y allá te reciben con alegre canto.
¡Oh quién pudiera ahora asirse a tu manto,
para subir contigo al monte santo!”
Que así sea.