No se puede entender la Eucaristía sin el concepto de hambre. Todos sabemos lo que es el hambre porque, en mayor o menor medida, la hemos padecido. Las hambres estructurales son otra cosa, un infierno en vida. Los gobiernos que están al frente de países con masas de población viviendo en la penuria infinita del hambre, son culpables del mayor de los cargos: dejar al ser humano desatendido en su primer escalón de necesidad. Pero el hambre cotidiana, esa que se tiene y se cura con el alimento, nos viene bien para hablar de la presencia del Señor en la Eucaristía.
El entusiasmo por comer nos recuerda que el hombre vive de la necesidad de fortalecerse, y que sin comida mengua, huyen las fuerzas y huye el entusiasmo de vivir. Además el hambre acucia, no es nada sutil, te retuerce las tripas y a su manera te grita por qué no le haces caso. El Señor se quiso quedar con nosotros porque podía, y para no andarse con distancias opta por la penetración en nuestro cuerpo y nuestra alma. Sí, en el mismísimo cuerpo, ese que creemos tan distante de lo sobrenatural y que los puritanos desprecian. La Eucaristía entra por la boca para que no quede ninguna duda de que Cristo quiere vivirnos desde dentro, ni siquiera enfrente. El problema del Señor vivo en la Eucaristía es que necesita hambrientos, los saciados no le prestan atención, como cuando acabamos de comer y vemos un anuncio en televisión de comida, ya no nos levanta el apetito.
La Madre Teresa indicó que en todas las capillas de las Misioneras de la Caridad, la cruz de la pared estuviera acompañada por una frase: «tengo sed». E indicaba que la frase venía del Señor, es Él quien tiene sed de nosotros. Nos hallamos ante una confraternidad de hambrientos, Dios y el hombre. Juan de la Cruz lo entendió espléndidamente en su «Cántico espiritual». Cuando el amado está con su amada en el huerto, grita: «detente cierzo muerto, ven austro que recuerdas los amores, aspira por mi huerto y corran sus olores y pacerá el amado entre las flores». Es el amado el que pacerá de la amada. Sólo quien tiene verdadera hambre entiende estas cosas.
UN PEDACITO DE PAN
Se dice que uno de los pecados capitales es la gula. No hay más que ver cómo están llenos hasta la saturación, los locales dedicados a la restauración y otros de esparcimiento y disfrute, donde dar gusto al paladar y saciar el apetito es todo un ritual, mezclado con alegre algarabía.
Es humano que así sea, posiblemente el arte del buen comer y beber, sea uno de los placeres que más satisfacción produzca, sobretodo cuando es compartido en familia o entre amigos-@s.
Celebrar la fiesta debiera ser motivo de encuentro con la vida y las realidades más hondas de cada ser humano, de ahí que el banquete y convite, no puedan saciar el hambre y sed de aquellos sentimientos y anhelos tantas veces guardados en lo profundo de nuestro corazón, como en una Custodia Sagrada.
La insatisfacción personal provoca muchas veces ansiedad, creando estados que conducen a un deseo excesivo por la comida y bebida.
Algo no va bien dentro del ser humano, cuando pretende llenarse por fuera, compensar todo el vacío y el hambre de su corazón y espíritu.
Jesús nos ofrece celebrar la gran fiesta del amor y de la vida, compartir su presencia en ágape fraterno, experimentar la cercanía del verdadero encuentro,
No pensemos que su amor nos va a «agüar» la fiesta, que todo va a ser reducido a un rito ceremonial y algunos escasos parabienes.
La Eucaristía es para vivirla intensamente, abriendo nuestro corazón, todos nuestros sentidos al amor que Cristo nos ofrece.Esta realidad no puede acabar a la salida del templo o parroquia, ha de continuar festejándose, compartiendo el gozo y alegría en todos los lugares y ambientes por donde transcurra nuestro vivir,
Cuando el Papa Francisco exhorta a los-@s jóvenes, a todos-@s, «hagan ruido», extiendan ese ruído hacía «las periferias» existenciales, está diciéndonos que llevemos la fiesta, el ágape del amor de Cristo allí donde hombres y mujeres más necesitan saciar su corazón de tantas carencias: abandono, soledad, rupturas afectivas, desesperanza.
Vamos a preparar la FIESTA DEL AMOR, crear espacios diáfanos de encuentro fraterno, niños, jóvenes y mayores, y Jesús nuestro amigo en medio. ¿O es que vamos a pensar que a Jesús no le agrada la fiesta?
Sin duda hace falta un testimonio creíble para que sea al revés, que a muchos les agrade el Pan del Amor que ofrece Jesús,
Señor: Dame siempre de comer tu Pan de Vida. Sáciame con Tu Divina Presencia para llevarte conmigo y Date a mis hermanos para saciar su hambre. «Abis Tristis» que no sea como el «Ave Triste» que parafrasea San Josemaría quien rechaza la invitación por apego a sus «bienes». Madre, intercede por todas mis intenciones. Amén