Impresiona leer en el Evangelio de hoy el señorío y la fuerza de la palabra de Cristo ante el endemoniado de Cafarnaún. Los que estaban escuchando su enseñanza en la sinagoga se asombraron de la autoridad con la que enseñaba y del poder para someter a los espíritus inmundos; y muchos se preguntaban con extrañeza: ¿quién es este? ¿qué clase de palabra y de autoridad es esta? Pero, nada: el relato no habla de ninguno que empezara a creer en Él. Y todos vieron cómo arrojaba al demonio de aquel poseído, pero no consta que ninguno pasara de la extrañeza y la admiración a la fe en Cristo. Seguramente salieron todos de allí comentando lo que habían visto y haciendo correr la noticia por toda la comarca, pero ninguno dio el paso a la fe. Se fueron sin conocer a Jesús.
El que sí lo tenía claro era el demonio que salió del poseído: “Sé quien eres: el Santo de Dios”. Hay que reconocer que, aunque sea en boca del demonio, es una confesión de fe bella y sublime. ¿Es posible que aquel espíritu inmundo tuviera más fe en Jesús que muchos de aquellos sabiondos escribas y fariseos, que conocían la Escritura al dedillo, la enseñaban a la gente, se proclamaban maestros, apelaban a la autoridad de Moisés y esperaban oficialmente al Mesías? ¿Cómo es posible que reconociendo la autoridad de Jesús, admirándose de su palabra, viendo sus milagros, no daban el paso a la fe? ¿ceguera del corazón, orgullo de la inteligencia, miedo a perder su status, cobardía, ganas de no complicarse la vida, compincheo con lo políticamente correcto…?
Hoy se habla poco y mal del demonio. A veces nos lo tomamos a chirigota, por ser algo ya pasado, propio de un cristianismo tenebroso y pesimista, nada acompasado a los tiempos modernos. Y otras veces nos pasamos al otro extremo: le vemos en todo y en todos, y lo demonizamos todo, como si fuera la única causa del pecado y del mal. Olvidamos que en el Génesis quien pecó no fue la serpiente sino el hombre, es decir, que aunque el tentador me instigue al pecado y al mal, al final quien peca soy yo: puedo pecar, quiero pecar y ¡zas! caí…. Claro que hoy tampoco hablamos del pecado, pues lo que existe ahora es el error humano. Y tampoco está de moda el agua bendita, porque ahora lo que se lleva es ahúyentar las malas energías con un poco de incienso perfumado y poner hojas de laurel en la entrada de la casa, para ahuyentar a los duendes y fantasmas.
¡Pues ahí está el evangelio! Más claro que el agua clara. Uno de los personajes más recurrentes en los evangelios y que más aparece en toda la Escritura es precisamente el demonio. Eso no significa que sea el personaje central, pero sí el que más nos interesa saber que existe, porque precisamente toda su táctica de enemigo es hacernos creer que no existe. Esa ceguera de todos aquellos que estaban en la sinagoga y que vieron el milagro de Jesús, pero siguieron sin querer creer. Es cuestión de fe.
El demonio, el gran tentador, el mal en estado puro. Señor libramos del Enemigo , con mayúscula.
*líbranos
Jesús expulsando demonios, los espíritus malignos en batalla sin tregua, queriendo destruir la obra del Creador que es todo hombre y mujer. El maligno, cuando hace daño, no tiene otra intenciòn que adueñarse de la voluntad del ser humano, para después arruinar su verdadera libertad y destruir su vida, hasta lograr convertirle en esclavo del mal y pecado.
Ciertamente, Jesús tuvo en su vida que enfrentarse al maligno, en numerosas circunstancias. Le vemos echando demonios de los poseídos, enfrentándose a Pedro que trata de disuadirle, para no seguir la volutad del Padre, cómo Jesús mismo le responde:
¡Apártate de mí Satanas!, pues tú piensas como los hombres.
Deducimos de las palabras de Jesús, que el maligno no anda demasiado lejos, sino que está al acecho , esperando vernos caer. Jesus mismo, al igual que todos nosotros, ha sufrido en la Vida la tentación del mal, se ha sentido acosado de mil modos, hasta en la Cruz del sufrimiento, clavado y sin comprender, la triste maldad de sus verdugos: ¡Padre, perdón, no saben lo que hacen!
El AMOR es tan grande y tiene tanta fuerza, que es posible vencer las resistencias del mal y el pecado como consecuencia del mismo.
Sabemos que nuestra fragilidad y pecado, se incuba en «pobres vasijas de barro», de ahí que, estemos necesitados de ayuda y consejo, para poder vencer las tentaciones de mal y salir «bien parados» de nuestras caídas.
San Pablo se dolía de su obrar al decir:
“El querer está a mi alcance, el hacer el bien, no. De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (7:18-19).
El ser humano debe enfrentarse a esa dualidad de luz y sombra, aciertos y errores, fracasos y triunfos. Al final, queremos que triunfe el Amor, la bondad, todo cuanto nos hace bien.
Hoy Jesús nos «sorprende» en su Misericordia, liberándonos del maligno, nos recuerda que puede y tiene autoridad sobre el mal, su único deseo es salvarnos,
Gracias por este espacio, es un bien inmensamente grande, que el Amor de Jesús esté presente, donde dos o más nos reúnimos en su Nombre.
Miren Josune
Lo primero, millones de gracias por el bien que recibimos de sus comentarios.
Yo quería decir que si bien no está de moda el agua bendita, creo que del demonio se habla más que nunca, pero para nuestra perplejidad, con significados positivos. Se acerca Halloween y será una buena ocasión para hacer campaña de oración por todos los confundidos que cada año creen en la bondad dentro de la maldad.
Bendito sea el Señor por siempre
María, de los corazones como piedras endurecidas, también se puede lograr que se conviertan en «polvo enamorado».
Dios no cierra la puerta a nadie, ni siquiera a los «demonios» que vuelven su mirada a Cristo para decirle: «acuerdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino.
Entonces, sólo en ese momento, el «demonio» huye y nada tiene que hacer, pues el AMOR sale siempre vencedor del pecado.
El «agua bendita» recibida con fe, es como esa notita de cita previa que nos dan, cuando vamos al médico, después de pensar todo el daño que hemos podido hacer, nos acercamos al Sacramento de la Misericordia, para pedirle a Dios que sane nuestro pecado.
¡Y no veas cómo se enfurece el demonio, la cantidad de necios improperios que pronuncia. Al final, se va corriendo a la fiesta de Halloween, a descargar su rabia endemoniada, mezclada con kalimotxo y cubata.
¡Apártate de mi vida, Satanás!
Miren Josune