Una de las cosas que más le entretiene a mi Madre, y que sigue sin perderse un capitulo todos los días, son las series interminables de la sobremesa, los «culebrones». En ellas se cuentan historias ficticias de personas y familias que viven historias y tramas de las relaciones humanas. Lo preocupante es ver como se suceden situaciones de rencores y venganzas, de odio sin fin que va, poco a poco destruyendo a las personajes. Es ficción, pero lo peor es que también sucede en la vida real y, a veces, la realidad supera a la ficción.
En esta semana la Palabra nos ha ido instruyendo en las buenas actitudes, pensamientos y hábitos que nos ayuden a hacer buenas obras y tomar buenas decisiones en la vida. Pero, hay momentos y circunstancias que no lo hacemos. Pecan y pecamos, obran y obramos mal, nos ofenden y ofendemos, nos hacen y hacemos daño, perjudicamos, nos perjudicamos y nos perjudican, de una manera más o menos grave. ¿Cuál es la actitud que nos enseña la Palabra hoy?
Las lecturas se colocan en la perspectiva de la víctima o del que sufre el mal. Cuando nos toque a nosotros la respuesta debe ser siempre la misericordia, el perdón, no guardar rencor y no ser vengativo. Así es el Señor y nosotros que le seguimos e imitamos en nuestra vida, también. Esto es importantísimo, tanto, que el libro del Eclesiástico nos advierte de las consecuencias de no vivirlo así: el vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de sus pecados; deja de odiar, acuérdate de la corrupción y de la muerte…
Y es que vivimos para el Señor, no para nosotros mismos. Nuestro ego debe ser colocado en su sitio o descentrado para salir del egoísmo y la soberbia que nos conduce al odio y el rencor. Dios es también justo y nos ama tanto que no va a permitir que nos encerremos en el odio o nos obsesionemos con la venganza. Por ello, como buen Padre, nos va a reprender y corregir si caemos en ello. Así nos lo muestra en la parábola del evangelio de hoy. El nos da ejemplo y nos enseña con su perdón y nos ayuda a perdonar. Pero si no obedecemos y devolvemos mal, no nos lamentemos, ni lloremos por las consecuencias. El Señor no es injusto como los hombres, ni nos engaña: ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?; si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón por sus propios pecados?
Por ello, Jesús responde a Pedro que la misericordia y el perdón no es solo de un momento o algo aislado. Sino, una actitud de vida que nace del corazón y que es alimentada por la fe en Dios. Es vivir los mandamientos y es amar cristianamente, como Cristo ama, perdona, repara y cura a las personas. Sólo así, caminaremos hacia la Vida, se puede vivir de verdad y ser feliz. Lo contrario hace malvadas a las personas y les destruye desde dentro poco a poco. Con el odio y la venganza nadie gana, todos pierden. Nada se arregla, todo se fastidia más y te aleja de la justicia verdadera.
No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete, pasa por al to la ofensa. Para esto murió Jesucristo, para que podamos hacerlo y seamos ciudadanos del Reino
LA INGRATITUD OPRESORA
Me sobrecoge este relato del Evangelio, por la fría actitud del criado actuando inmisericordie, a pesar de tener sobrada razón y motivos para sentir gratitud, por haber sido perdonada su deuda.
De esta realidad se deduce, la sagacidad y dureza de corazón de quienes se aprovechan de la bondad y benevolencia ajena.
Estas actitudes siguen vigentes a día de hoy, en ámbitos que nos pueden parecer asépticos y, sin embargo, se infiltran toxicidades insanas, que hacen imposible las relaciones fraternas de sana convivencia.
En toda relación, las heridas y el daño causado, no debieran ser objeto de indiferencia, cierto es que reconocemos los errores y fallos, nuestro pecado, sin duda, la «voz de Dios» nos interpela. Ahí se queda todo?
Por supuesto que no basta con saber que somos pecadores, es condición sine qua num, tener la honesta humildad de asumir la ofensa y herisas causadas. Hay quien se cree acreed@r de todas las disculpas y justificaciones, ignorando a la víctima, con total indiferencia.
No porque exista el perdón, los otros tienen derecho a dañar las veces que quieran.
Cuando da la impresión de que la fuerza y la violencia impregna todos los ámbitos, de actitudes que reflejan intolerancia y afán por querer anular al otro-a, es muy posible que caigamos en la tentación, de dejar de creer en la fuerza de la Misericordia.
Y Jesús, que «NOS AMÓ HASTA EL EXTREMO», quiere también un PERDÓN sin «pasar factura», y sí desde el arrepentimiento: «vete y en adelante no peques más». ¡ESTO SI QUE CUESTA!
El encuentro de Reconciliación que el Papa Francisco presidió hace unos días en Medellín, dejó reflejado, que perdonar puede y debe ser posible, si se reconoce el mal causado, con un generoso presupuesto de arrepentimiento y Misericordia, entre víctima y victimarios.
Jesús mantiene su reto: ¿Qué buscas y quieres, la satisfacción de una efímera venganza, que se alegra de la derrota del otr@, o la Paz gozosa de un Paraíso alcanzado, por medio del Amor y Misericordia.
«Desarmar» las palabras, gestos y actitudes de toda violencia, no olvidar: «si antes de acercarte a Comulgar, te acuerdas que has herido y ofendido a tu hermano-a, vete a RECONCILIARTE y después, acércate con dignidad a recibir, el Cuerpo y Sangre de Cristo, su AMOR DE AMIGO Y HERMANO.
Miren Josune