PRIMERA LECTURA
Predicamos así, y así lo creísteis vosotros.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 1-11
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, y en el que además estáis fundados, y que os está salvando, si es que mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis vosotros.
Palabra de Dios.
Sal 117, 1-2. 16ab-171. 28
R. Dad gracias al Señor porque es bueno.
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R.
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor. R.
Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo. R.
Aleluya
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
Dichosa es la bienaventurada Virgen María,
que, sin morir, mereció la palma del martirio
junto a la cruz del Señor. R.
EVANGELIO
Triste contemplaba y dolorosa miraba de Hijo amado la pena.
Lectura del santo Evangelio según san Juan 19, 25-27
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.
Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre».
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Palabra del Señor.
«Llega una hora en la vida en que se necesita una fe y una esperanza como las de María»
Sí, María estaba junto a la Cruz de Jesús, en el Calvario, y esto quiere decir que estaba en Jerusalén aquellos días, y si estaba en Jerusalén, quiere decir que lo presenció todo.
Que vio cómo su Hijo era azotado, coronado de espinas, cubierto de salivazos; que vio cómo su cuerpo desnudo se estremecía en la Cruz, en el estertor de la muerte; que vio cómo los soldados se repartían sus vestiduras y echaban a suertes aquella túnica que ella, tal vez, había tejido con tanto amor.
A María se le pueden aplicar muy bien las palabras que pronunciaba la hija de Sión en su angustia: «Vosotros, los que pasáis por el camino de la vida; mirad, fijaos, ¿hay dolor como mi dolor?». María camina en la fe y no en la visión.
Esperaba que, de un momento a otro, cambiaría el curso de los acontecimientos, que se reconocería la inocencia de su hijo. Esperó ante Pilatos, pero nada. Dios seguía adelante. Esperó hasta la Cruz, hasta antes de que le clavaran el primer clavo.
María sí que esperó contra toda esperanza. Esperó en Dios, por más que veía desvanecerse la última razón humana para esperar. Llega una hora en la vida en la que se necesita una fe y una esperanza como las de María.
En la vida hay momentos en los que parece que Dios no escucha nuestra oración, tenemos la impresión de que se está desdiciendo a sí mismo y a sus promesas, de que nos lleva de derrota en derrota, de que nos envuelve en su propia derrota, parece que se ha agotado su misericordia y que la cólera cierra sus entrañas.
Cuando te llegue a ti esa hora, que llegará, y si no ha llegado ya; acuérdate de la fe de María y exclama: «¡Padre, no te comprendo, no te siento, no te veo, no descubro tu presencia!, pero me fío de ti, de tu amor».
María, a la hora de la Cruz y de la muerte, estaba junto a su Hijo. María está allí sufriendo con Jesús, señalada por todos como la madre del Crucificado, del malhechor, del condenado, del maldito. Para Jesús tuvo que ser un consuelo sentirse acompañado de su madre. María está crucificada con Él.
Gracias, Jesús, por habernos dado a tu madre para que sea también nuestra Madre. A la que cada día le rezo el Santo Rosario, y mientras viva en este mundo lo seguiré rezando. Tu hermano en la fe: José Manuel.
María, Madre de Dios, Esposa del Espíritu Santo e Hija del Padre, siempre Fiel a la Esperanza Cierta del Reino de Dios. La que Ama como Dios, aún en la mayor adversidad, en el Dolor más intenso, en la Angustia más sobrecogedora. María, Madre de la Iglesia, Mediadora de Todas las Gracias que Dios concede a su Pueblo.
Llévanos de tu mano, Madre nuestra, hasta Dios. Porque nuestra cruz es adecuada a nuestra capacidad, y los bienes recibidos son muy superiores a nuestros merecimientos, pidamos Contigo, Virgen y Madre, el Reino de Dios, el Reino del Amor, en toda circunstancia, de hermano a hermano, sin exclusión alguna.
Recemos y oremos con Jesús, María y José, para que el Nombre de Dios sea Santificado, para que venga a nosotros el Reino de Dios, el Reino del Amor, para que se haga la Voluntad de Dios, así en la Tierra como en el Cielo, para que todos recibamos el Alimento para el espíritu y el cuerpo, en tiempo, cantidad y calidad, de la Mano de Dios y de la Iglesia Viva, para que el Perdón sea siempre el aliado fiel de toda persona sustentada por la Cruz, para que nos Dios nos libre del mal que, siempre, viene del maligno.
Confiemos como Jesús, María y José confían, Gloriosos, en cada persona. Seamos Iglesia Viva, desde hoy hasta el Cielo.
Señor,cuánto tuvo que sufrir Maria al ver que el Padre te encaminaba hacia
tu pasión y muerte en la cruz. y no te abandonó, sino que
estuvo contigo hasta el final.
Jesús te doy gracias por darme como madre a Maria. Sé que ella
siempre está conmigo