Ayer el Señor cogió un denario y no le hizo ascos al dinero para hacer una catequesis. Hoy le dicen que por favor sea partidario de una disputa económica entre dos hermanos, que diga quién tiene razón en cuanto a las herencias. Es como si el Señor fuera de repente el resolvedor de los problemas más pequeños o inauditos de la humanidad. ¿Que tenemos un problema de fontanería?, llamamos al Señor. ¿Que el vecino del cuarto no da su brazo a torcer y no se aviene a las reformas de las placas solares?, pues llamamos al Señor. Y el Señor nos mira con algo de compasión y nos dice, ¿no os regalé la inteligencia, esa especie de chispa de mi propia sabiduría para que llegarais vosotros a establecer acuerdos? No queremos la libertad, no queremos tomar decisiones propias, preferimos un Dios resolvedor de problemas, aunque se inmiscuya hasta sustituirnos. Da la impresión de que nos gusta vivir en un estado de excepción y que nos quiten las libertades. Entre otras cosas, Dios nos creó para entendernos, para llegar a acuerdos. El acuerdo mayor es el sacramento del matrimonio, dos personas muy diferentes rompen los cercos de sus parcelas para poner en común el lecho y el puchero, como dirían los clásicos.

Hay dos hermanos que no se ponen de acuerdo en el reparto de la herencia, el Evangelio de hoy parece sacado del periódico del día. Lo que hace el Señor no es ponerse a estudiar el problema como un perito. No le dice al hermano A que le cuente sus problemas, qué es lo que el padre puso en el documento. Al hermano B no le hace rebuscar en las cláusulas, ni en la letra pequeña. Sólo les dice, “guardaos de la avaricia”. Y ya vale, porque no hay mucho más que decir. Las palabras apuntan directamente al veneno de la relación, a la posible putrefacción de la concordia entre los hermanos cuando el pecado toma posesión de las almas. ¿En el resto?, libertad, que es la forma más hermosa de vivir que tienen los hijos de Dios. El Señor, que está dispuesto a regalarnos una herencia eterna, se encuentra con la nimiedad de unos dineros que acabarán sin valor. Heredar la vida eterna frente a la herencia de un coche eléctrico. No sé si el lector comprende la desproporción.

Y sólo hay un pequeño remate en el comentario del Señor, “porque la vida no depende de poseer muchas cosas”. Volvamos de nuevo al ejemplo del matrimonio, que es el garante de la justicia en cualquiera de los asuntos humanos. Cuando el novio recibe a la novia en el ritual, porque recibir es la primera palabra que pronuncia el candidato a cónyuge, descarta poseer, porque amar jamás es poseer. Quien posee al otro, sólo se busca a sí mismo y hace descarrilar la convivencia. Y tampoco hay muchas cosas al otro lado, hay sólo un ser frágil, hambriento de que se le quiera. Poquito más.

Cuánta profundidad dice el Señor en dos frases, y cuánto de mezquindad revela el hombre en un pequeño comentario. Siempre haremos lo mismo, nos preocupará el dinero y la posesión, y Dios confía en que se nos abra el pecho de una vez.