Me apasiona ver que Dios es un Dios apasionado, no una criatura sedente y desinteresada. El Evangelio de hoy es el grito del deportista de élite ante el reto de una gran final. Lo va a pasar mal, sudará mucho, va a contar entre sus enemigos con sus propios pensamientos, que abatirán su estado de ánimo, pero saldrá a la pista con el entusiasmo de quien afronta un grandísimo reto. He venido a encender fuego en el mundo. Arder, qué verbo tan absolutamente inacabable. Un Dios que arde por decirle al hombre que viva. Hay un evangelio apócrifo que pone en boca de Jesús una palabra bellísima, yo soy el día. Dios es una jornada absoluta, llena de luz,  jamás vaga con un ocaso a las espaldas. Jesús le está diciendo al hombre, vive, aunque creas que vas a morir como mueren las hojas de los árboles, yo soy el Viviente, te he creado para que nazcas de una vez para siempre. Si vienes conmigo, nunca te alcanzará la sombra de la muerte.

La última película de Woody Allen no es muy allá, está hecha con el tiralíneas que usa el cineasta cuando tiene un buen final y sabe adornarlo con equilibrio. Pero no tiene la magia de otras veces. Sin embargo, la vi, y se me quedó de forma indeleble una frase que suelta el protagonista. La posibilidad de la existencia de cada uno de nosotros es remotísima, una entre varios billones. Por lo tanto, tu vida es un milagro, no malogres tu milagro. Me gusta, porque Jesús ha venido precisamente a que nuestra vida no se nos malogre, nos invita a ponernos de pie. Delante de Lázaro, el Maestro grita: sal fuera, tu sitio no es el ataúd, la muerte no tiene nada que ver contigo. Yo te he creado para vivir. Es una maravilla caer en la cuenta de que el Señor habla siempre en presente continuo, como hacen los ingleses: yo soy el camino, la verdad, la vida. No dice que es la meta, el final, el resultado último. No, Jesús va siempre en camino, Él mismo es un itinerario lleno de conversación y de vida.

Al Señor, el Apasionado, le gustaba sentarse a la mesa con los demás, se sentía cómodo en la compañía de los hijos de los hombres, por eso le encantaba esa frase que se la acuñó para hablar de sí mismo: el hijo del hombre. Le gustaba el vino, lo puso como ejemplo del banquete que habrá en el más allá, vinos especiales, de solera, generosos. Se dejó ungir los pies por aquella mujer pecadora antes de padecer por nosotros. Es como si todo Él fuera un torrente de vida imposible de apagar. Y el ser humano de perspectiva burócrata se lo quiso quitar de en medio. ¿Cómo es posible? El hombre prefiere la propia mediocridad a la vitalidad de Dios. No sé, beber las aguas negras del pecado no hace bien, deja el alma con parálisis, desconcertada. Para Jesús, el pecado y todas sus huestes de pasiones sin control, es igual que morir. Él sólo arde de vida.

Por eso, la vida consiste en una elección: o nos quedamos con Él o sin Él. O buscamos la vida o la malogramos. El Señor nunca quería oír hablar de la muerte, deja que los muertos entierren a sus muertos, tú ven conmigo, le dice a un joven, ven a arder conmigo, no naciste para morir, sino para nacer de una vez para siempre.