THE END. Último día del año (litúrgico).
Hoy tocaría el último capítulo de la divina revelación (la Sagrada Escritura), el capítulo 22 del apocalipsis, pero la cruz en aspa de san Andrés Apóstol hace sombra a las lecturas continuas. No obstante, también es San Andrés el último en la lista del Propio de los Santos: la siguiente página del misal romano son las Misas comunes. Así que el comienzo de este artículo mantiene intacto su sentido.
El hermano del primer papa comparte no sólo raíces con él, sino idéntica vocación: el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar, el Carpintero de Nazaret transforma sus vidas de pescadores para llevarlos a la alta mar del reino de Dios en una constante pesca milagrosa de almas.
No deja de maravillar la contundencia del relato: escuchan la llamada, dejan las redes y le siguen. Santiago y Juan hacen exactamente lo mismo. ¡Qué capacidad de robar corazones tiene el Señor! ¡Cuánta firmeza transmite su voz suave y a la vez grave! ¡Una palabra y cambia vidas!
¿No es cierto que cuando abrimos los ojos y nos dejamos empapar por esa grandeza de Dios, el horizonte de nuestras vidas se ensancha? De pescadores a apóstoles. El cambio es no sólo circunstancial, sino esencial. De un camino humano comprensible y previsible —eran todos hijos de pescadores—, aparece una aventura inesperada e imposible de imaginar, con horizontes divinos.
Esto sigue pasando. Él sigue cambiando vidas… cuando le dejamos. San Andrés le dejó.
Encomendemos a este santo Apóstol que cuide de dos de sus naciones que le tienen como patrón: Rusia y Ucrania. Que el hijo de Jonás les alcance la paz, tan necesaria en esas naciones.