Ante la resistencia de Saúl al ofrecimiento de David, porque es muy joven e inexperto en la lucha, para enfrentarse a Goliat, la respuesta de David está llena de abandono en a Providencia de Dios. “El Señor, que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará también de la mano de ese filisteo”. Es la actitud que necesitamos para enfrentarnos a los enemigos de Dios, en primer lugar, nuestro pecado. Todos los días hay combates en nuestro corazón, enseña San Agustín. Cada hombre en su alma lucha contra un ejército. Los enemigos son la soberbia, la avaricia, la gula, la sensualidad, la pereza… Y es difícil que estos ataques no nos produzcan alguna herida (cf. S. Agustín, Comentario al Salmo 99). Pero es decisivo darnos cuenta de que nos acompaña personalmente y con una legión de ángeles y de santos, como el Profeta Eliseo dirá a su sirviente, asustado al ver los enemigos que les rodeaban por todas partes: Nada temas, que los que están con nosotros son más que los que están con ellos. Eliseo oró y dijo: ¡Oh Yahvé!, ábrele los ojos para que vea. Y Yahvé abrió los ojos del siervo, y vio la montaña llena de caballos y carros de fuego que rodeaban a Eliseo (cf. 2 Rey 6, 16-18)”.

Con la misma actitud de confianza afrontaremos la oposición de algunos hombres a Cristo. El Evangelio de hoy no cuenta cómo los fariseos y herodianos se confabularon para acabar con Cristo, a pesar de haber presenciado la prueba de la autoridad de Cristo, con la realización del milagro. Como San Juan Crisóstomo, diremos: “No es en mis fuerzas en lo que me apoyo. Tengo en mis manos su palabra escrita. Este es mi báculo, esta es mi seguridad, este es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Cristo está conmigo: ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no habría esperado a mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo: Señor, hágase tu voluntad: no lo que quiere este o aquel, sino lo que tú quieres que haga. Este es mi alcázar, esta es mi roca inamovible, este es mi báculo seguro” (“Sermón antes del exilio”).

Nada de esto sería posible si nos estamos unidos. “Vivir juntos momentos de amistad y alegría permite resistir a los gérmenes de división, que constantemente se han de combatir. La fraternidad es una anticipación del cielo” (Benedicto XVI, Viaje al Líbano, 15-IX-2013). El Espíritu Santo da el don de comprender. Supera la ruptura iniciada en Babel, la confusión de los corazones, que nos enfrenta unos a otros.

Que María, Madre de la Iglesia, nos mantenga en la unidad con la que vencer al pecado y la división que engendra.