Jesús asocia el Reino de Dios a vidas que sienten y desprenden alegría. Considerar la fe como un transitar por un “Valle de lágrimas” es una reducción peligrosa de la oferta salvadora de Cristo. Es cierto que la alegría en la historia nunca será plena ni definitiva. Somos la iglesia militante que peregrina en la historia amenazada constantemente por la herida y el desconsuelo. Hasta en este tiempo estival seguimos experimentando la fragilidad que acompaña lo humano. Pero el tesoro escondido de la fe es justo la posibilidad de ir descubriendo en medio del barro, el tesoro de la presencia y de la compañía de Dios. Jesús nos invita a desarrollar una mirada que no se conforma con lo evidente, sino que es capaz por ser limpia de corazón de descubrir el Dios que habita la realidad. Solemos pensar que Dios vive alejado de lo humano. En diferentes tradiciones religiosas, lo divino y lo humano están separados. De hecho, diferenciamos lo “santo” de lo “profano”, lo “sagrado” de lo “pagano”. Jesús con su encarnación nos ilumina ante la posibilidad de descubrir lo divino que envuelve lo humano. “Quien me ha visto a mi ha visto al Padre”. Dios se identifica con la realidad humana de un modo total.

Ser descubridores de tesoros es nuestra gran misión diaria. Y lo podemos hacer en la clave del asombro y de la gratitud. El asombro de ver la sonrisa de un niño, la ternura de unos abuelos, la generosidad de unos padres y madres que se desviven por su familia. El regalo de una conversación que acaricia el alma con un grupo de amigos. Es tesoro la creación, “la casa común”. Ojalá que en estos días nuestra mirada se impresione ante la belleza de un paisaje, ante la inmensidad del mar, ante un amanecer o una puesta de sol. La belleza de la música, el regalo de una explosión de alegría que se traduce en carcajadas, ante una ocurrencia o una conversación llena de humor. Quizá llamaos tesoros a experiencias extraordinarias y exclusivas, pero el tesoro que nos invita a vivir Jesús es la manera de reconocer lo amados que somos en todos los detalles de una jornada.

Que la “Alegría del Evangelio” que nos invita a vivir el papa Francisco se convierta en la señal inequívoca que somos discípulos de Jesús. Que cada día antes de irnos a dormir, seamos capaces de hacer recuento de la cantidad de tesoros descubiertos y agradecidos compartamos con los demás el asombro de ser observadores de lo invisible.