Zacarías e Isabel son una pareja mayor y sin hijos, que, a pesar de su fidelidad y justicia ante Dios, cargaban con una herida profunda: la esterilidad. Para ellos, no tener descendencia no era solo una dificultad personal, sino también una vergüenza social, una sombra que parecía oscurecer su vida de fe. Sin embargo, en ese contexto de imposibilidad y silencio, Dios interviene. A Zacarías, en el corazón del templo, en el momento más sagrado de su servicio, se le aparece el ángel Gabriel para anunciarle que su ruego ha sido escuchado: tendrán un hijo, Juan, quien preparará el camino del Señor. Lo sorprendente es que este mensaje llega cuando, humanamente, ya no había esperanza: Dios actúa donde nuestras fuerzas y expectativas terminan.

Aquí resuena la antífona de hoy: “Oh Renuevo del tronco de Jesé, que te alzas como un signo para los pueblos; ven a librarnos, no tardes más”. La imagen del renuevo nos habla de vida nueva que surge de lo aparentemente muerto. El tronco seco de Jesé, la estirpe de David, vuelve a brotar cuando ya nadie lo esperaba. Así también, en la vida de Zacarías e Isabel, la vida florece donde parecía imposible. Dios es capaz de hacer surgir lo nuevo en las situaciones más estériles de nuestra vida.

El silencio de Zacarías, impuesto por su falta de fe inicial, se convierte en un tiempo de escucha y reflexión. A veces, necesitamos callar nuestras dudas, nuestras quejas y nuestro control para permitir que Dios actúe. Ese silencio no fue un castigo, sino una oportunidad: Zacarías aprende a confiar, a esperar y a reconocer la acción de Dios.

En nuestro día a día, también cargamos con nuestras propias esterilidades: situaciones que parecen no dar fruto, proyectos que no avanzan, relaciones secas o heridas que no sanan. Pero la promesa del “Renuevo del tronco de Jesé” nos recuerda que Dios nunca se olvida de nosotros. Allí donde pensamos que todo está terminado, Dios puede hacer brotar algo nuevo, algo vivo.

Isabel, al concebir, exclama: “Esto es lo que ha hecho por mí el Señor, cuando se ha fijado en mí”. Dios ve nuestras heridas y nuestras esperanzas más profundas, incluso aquellas que hemos enterrado porque pensamos que ya no tienen solución. Su tiempo no es el nuestro, pero su promesa es firme: la vida, la esperanza y la salvación vendrán a su debido tiempo.

¿Qué cosas de mi vida siento secas o estériles? ¿Confío en que Dios puede hacerlas florecer de nuevo? Mi familia, mi trabajo, mi relación con Él. Como Zacarías, estamos invitados a escuchar, a confiar y a esperar con fe, sabiendo que el Renuevo, Cristo mismo, viene a darnos vida y esperanza.

No temas esperar, no temas confiar: en tu silencio y en tus imposibles, Dios ya está obrando.