A finales de este Adviento, nos asomamos al pasaje de la Anunciación, y nos encontramos con un momento decisivo en la historia de la salvación: Dios irrumpe en la vida de una joven humilde de Nazaret y le anuncia un plan que supera toda lógica humana. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Esas palabras no son solo para María; son un anuncio de que Dios se acerca a nosotros, nos llena de su gracia y nos invita a colaborar en su obra.

La antífona de hoy proclama: “Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y saca de la cárcel al cautivo que habita en tinieblas y en sombra de muerte”. La “Llave de David” nos habla de Cristo como el que abre las puertas de la salvación, el único que puede liberar a la humanidad de sus cadenas y oscuridades.

María se convierte en la puerta por la cual la salvación entra al mundo. Su “hágase en mí según tu palabra” es la respuesta humilde y valiente que permite a Dios abrir un camino nuevo para toda la humanidad. María no entiende del todo cómo será posible, pero confía porque sabe que Dios abre caminos donde no los hay, porque “para Dios nada hay imposible”.

Hoy, esta escena nos invita a mirar nuestras propias “prisiones”: nuestros miedos, inseguridades, pecados o situaciones que parecen cerradas, sin salida. ¿Cuántas veces nos sentimos atrapados en la sombra de nuestras dudas o fracasos? La promesa de la Llave de David nos recuerda que Cristo viene a abrir lo que está cerrado en nuestro corazón: viene a liberarnos, a sanarnos y a llevarnos a la luz.

María nos enseña cómo abrir nuestra vida a Dios. Su “sí” no fue fácil: implicaba riesgos, preguntas y renuncias, pero también una confianza plena en que Dios cumple lo que promete. Quizás hoy Dios también nos está invitando a dar un “sí” en medio de nuestra incertidumbre: decir “sí” a reconciliarnos con alguien, a aceptar una situación difícil, a confiar más en Él.

Cristo, la Llave de David, viene a abrir nuestra vida a la esperanza. No importa qué puertas creamos cerradas, Él puede abrirlas. No importa cuán profunda sea nuestra oscuridad, Él puede liberarnos. Como María, digamos con confianza: “Hágase en mí según tu palabra”, y dejemos que Dios obre en nosotros, que abra las puertas de nuestro corazón y nos conduzca hacia la verdadera libertad.

¿Qué puertas necesito que Cristo abra en mi vida? ¿Qué cadenas deseo que rompa? No temamos entregárselas a Él, porque el que tiene la Llave de David está con nosotros. Dejemos que su luz entre, que su salvación nos libere, y respondamos con un corazón abierto y dispuesto como el de María. Dios abre caminos donde solo vemos cerrazón; confiemos en su poder.