La fiesta de la Sagrada Familia nos invita a volver nuestra mirada a la familia en que creció Jesús, para poder descubrir, hecho realidad, el plan de Dios para la familia, para pedir por todas las familias para que se nos conceda “imitar fielmente los ejemplos de la Sagrada Familia” (Orción Colecta). Que como elegidos de Dios, como nos dice San Pablo en la segunda lectura de hoy, nos revistamos de compasión entrañable, bondad, mansedumbre, sobrellevando mutuamente nuestras limitaciones y perdonándonos cuando alguno tenga quejas contra otro.
El concilio Vaticano II dedicó una gran atención a la familia. En la Constitución Lumen getium 35, no recordaba que los esposos son testigos, el uno para el otro y ambos para sus hijos de la fe y del amor de Cristo. De esta manera la familia cristiana participa de la vocación profética de la Iglesia, y con su estilo de vida proclama en voz alta, tanto los valores del reino de Dios y ya presentes como la esperanza en la vida eterna. San Juan Pablo II, nos recordaba en la Exhortación “Familiaris consortio, número 51: Dios que ha llamado a los esposos “al” matrimonio, continúa a llamándolos “en el” matrimonio. Dentro y a través de los hechos, los problemas, las dificultades, los acontecimientos de la existencia de cada día, Dios viene a ellos, revelando y proponiendo las “exigencias” concretas de su participación en el amor de Cristo por su Iglesia, de acuerdo con la particular situación —familiar, social y eclesial— en la que se encuentran. El descubrimiento y la obediencia al plan de Dios deben hacerse “en conjunto” por parte de la comunidad conyugal y familiar, a través de la misma experiencia humana del amor vivido en el Espíritu de Cristo entre los esposos, entre los padres y los hijos. Para esto, también la pequeña Iglesia doméstica, como la gran Iglesia, tiene necesidad de ser evangelizada continua e intensamente. De ahí deriva su deber de educación permanente en la fe.
El bien de la persona y de la sociedad están íntimamente vinculados a la buena salud de la familia. Por eso la Iglesia está comprometida en defender y promover la dignidad natural y el gran valor del matrimonio y de la familia. Carlo Caffarra, arzobispo emérito de Bolonia, y primer presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia declaró esto durante una entrevista concedida el 16 de febrero de 2008: “Cuando fui nombrado por el Santo Padre primer presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, recibí una carta de sor Lucía de Fátima que se puede encontrar en los archivos de dicho instituto. Esta me decía sin ambigüedades: “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás pasará por el matrimonio y la familia”. Sin embargo –añadía- “no tengáis miedo porque todos aquellos que actúan en favor de la santidad del matrimonio y de la familia siempre encontrarán oposición; serán combatidos por todos los medios posibles, porque lo que está en juego es decisivo. No obstante, Nuestra Señora ya ha aplastado la cabeza de Satanás”.
Además, el mundo necesita también ejemplos vivos para conocer y creer. La familia es la escuela donde aprendemos: el gozo y la alegría del perdón, del servicio, de la ayuda… Un ejemplo vale más que mil teorías: si los hijos ven cómo se perdonan los padres, aprenderán cómo puede vivirse la alegría del perdón dado y recibido, cómo facilita la convivencia. Fijémonos en la familia de Nazaret y descubriremos ejemplos vivos de generosidad, disponibilidad, comprensión, servicio que no espera recompensa… Pidamos a la Sagrada familia de Nazaret que la “caridad, ceñidor de la unidad consumada” anime todas las familias.
Dios bendiga a todas nuestras familias