Comentario Pastoral

ACTUALIDAD DEL MENSAJE DEL PROFETA JEREMÍAS

En la liturgia de este domingo se lee un bello texto del profeta Jeremías, hombre de espíritu grande y ánimo delicado y sensible, que vivió uno de los mayores dramas de su tierra y de su pueblo: el asedio y rendición de Jerusalén a manos del rey Nabucodonosor y la posterior deportación a Babilonia. Jeremías se quedó en Judá con el pueblo pobre y miserable para transmitirle su palabra de consuelo. Las lamentaciones y consolaciones de Jeremías le convierten en un profeta muy actual. ¡Qué oportunas son siempre las palabras de consuelo, tanto a nivel comunitario como individual! Lograr descanso y alivio en la pena que aflige y oprime el ánimo es vivir en consolación.

Jeremías mide la historia con el metro divino; sabe que aquella tragedia enorme no es el fin de la historia de la salvación. Por eso en medio del desastre nacional y de la dispersión política y social, anuncia una restauración, una renovación espiritual, una alianza nueva con el «resto» del pueblo pobre que pervive sin patria, sin rey y sin templo.

La «alianza nueva» predicada por Jeremías supone ante todo el perdón de los pecados: Dios concede una amnistía general («amnistía viene de la palabra griega «amnesia», que significa olvido, perdón). Dios perdona siempre las infidelidades y actúa como si las culpas jamás hubiesen sido cometidas. Oír este mensaje fue de gran consuelo para el antiguo pueblo judío. Y saber que es vigente esta iniciativa divina produce paz y gozo a los miembros del nuevo pueblo que es la Iglesia. Todas las páginas de la historia de la salvación comienzan con una clara proclamación del «arnor de Dios» operante.

A nadie debe extrañar que en este tiempo santo de Cuaresma se acentúe y concentre la oferta de perdón y consuelo que Dios ofrece a quien se deja revisar por su Palabra y acepta su amor como manantial de nuestros amores. Es preciso vivir este período con sinceridad penitencial para situarnos, radicalmente entre la esclavitud o la libertad.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Jeremías 31,31-34 Sal 50, 3-4.12-13. 14-15
carta a los Hebreos 5, 7-9 san Juan 12,20-33

 

de la Palabra a la Vida

Ha llegado la hora. La Cuaresma avanza de forma irremediable hacia su gran acontecimiento, anunciado ya en las tentaciones del primer domingo: el grano muere y da fruto. La obediencia producirá un fruto abundante, la salvación eterna, en una alianza definitiva.

Para el evangelista Juan, la semilla es el mismo Cristo, que a través de su muerte va a obtener la gracia eterna para todos. No busca Juan ofrecer una mirada antropológica, una actitud humana buena en la humillación y obediencia, sino una mirada teológica, cristológica: el grano que cae es Cristo que muere y es sepultado. Su servicio tampoco es una actitud universal buena, que hay que aprender: su servicio es obtener salvación y vida eterna. Aquí no se trata de hacer por hacer, sino de abajarse para salvar, de morir para dar vida.

Juan plantea el itinerario que los discípulos han conocido de Cristo desde el principio, un itinerario que el cristiano escucha y recibe desde su propio principio, en el bautismo: el paso por la muerte para la resurrección es completamente normal para el cristiano, tanto como el paso por la tentación para la victoria, con el que se abrían los días cuaresmales.

Querer ver a Jesús, pero verlo también, no de una manera curiosa sino convencida, es reconocer en Él al que muere, resucita y es glorificado. Es aceptar seguir el mismo camino. Por eso, la hora de Jesús está unida a su gloria, «ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre». Sí, la Cuaresma ha sido larga, pero ha llegado la hora. Es el tiempo de la pasión que se acerca, de cubrir cruces, de preparar el corazón para aceptar ese camino.

Sutilmente, la Cuaresma se ha convertido en un camino en el que experimentamos una comunión con el Señor. Tu destino y el mío. Esto no es algo anecdótico o folclórico, se trata de tu vida y de la mía con ella. Por eso vuelve a aparecer aquí el tema de la obediencia del Hijo. La obediencia del Hijo se transforma en la obediencia de quien va con Él. La carta a los Hebreos nos recuerda hasta dónde llega esa obediencia: no es una experiencia cómoda, agradable, produce «gritos y lágrimas». Verdaderamente hace caer el grano de trigo. Sólo así dará vida.

La obediencia de Jesús no es una impostura, la obediencia del cristiano tampoco. No es una pose humana, es una forma de vida. Si Cristo hace ese camino de perfeccionamiento, de crecimiento en cuanto a que según se va acercando la hora también Él va aceptando el destino que le espera, también así es necesario hacer nosotros. No podemos quedarnos atrás de lo que Dios nos pide. Quien se queda atrás acoge las lágrimas para ver lo que pierde. Quien sigue a Cristo acoge las lágrimas para ver lo que gana.

Por eso la obediencia será una actitud pascual, produce «fruto abundante». No podemos olvidar que la Iglesia nos introduce en este misterio de obediencia pascual cada día en la celebración de la Iglesia: no es nuestra, no la formamos, no la decidimos, sino que la acogemos, la queremos, nos da la gracia de la salvación.

Aquí el misterio pascual se realiza en nosotros de forma clara, somos enterrados para ser resucitados, pero para eso necesitamos un corazón puro, decía el salmo. Con un corazón puro podemos acercarnos a la Semana Santa. Con un corazón limpio veremos a Dios en el camino de la cruz. Con un corazón puro viviremos no por encima del mundo, pero sí elevados con Dios, como fruto abundante.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Así como en el plan salvífico de Dios (cfr. Lc 2,34-35) están asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa, también los están en la Liturgia y en la piedad popular. Como Cristo es el «hombre de dolores» (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en «reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,20), así María es la «mujer del dolor», que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión (socia Passionis).

Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (cfr. LC 2,35). Sin embargo, la piedad del pueblo cristiano ha señalado siete episodios principales en la vida dolorosa de la Madre y los ha considerado como los «siete dolores» de Santa María Virgen.

Así, según el modelo del Vía Crucis, ha nacido el ejercicio de piedad del Vía Matris dolorosae, o simplemente Vía Matris, aprobado también por la Sede Apostólica. Desde el siglo XVI hay ya formas incipientes del Vía Matris, pero en su forma actual no es anterior al siglo XIX. La intuición fundamental es considerar toda la vida de la Virgen, desde el anuncio profético de Simeón (cfr. Lc 2,34-35) hasta la muerte y sepultura del Hijo, como un camino de fe y de dolor: camino articulado en siete «estaciones», que corresponden a los «siete dolores» de la Madre del Señor.

El ejercicio de piedad del Vía Matris se armoniza bien con algunos temas propios del itinerario cuaresmal. Como el dolor de la Virgen tiene su causa en el rechazo que Cristo ha sufrido por parte de los hombres, el Vía Matris remite constante y necesariamente al misterio de Cristo, siervo sufriente del Señor (cfr. Is 52,13-53,12), rechazado por su propio pueblo (cfr. Jn 1,11; Lc 2,1-7; 2,34-35; 4,28-29; Mt 26,47-56; Hech 12,1-5). Y remite también al misterio de la Iglesia: las estaciones del Vía Matris son etapas del camino de fe y dolor en el que la Virgen ha precedido a la Iglesia y que esta deberá recorrer hasta el final de los tiempos.

(Directorio para la piedad popular y la liturgia, 136-137)

 

 

Para la Semana

Lunes 19:
San José, esposo de la Virgen María. Solemnidad.

2Sam 7,4-5a.12-14a.16. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre

Sal 88. Su linaje será perpetuo.

Rom 4,13.16-18.22. Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza.

Mt 1,16.18-21.24a. José hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.
o bien:
Lc 2,41-51a. Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.

Martes 20:

Núm 21,4-9. Los mordidos por serpientes quedarán sanos al mirar a la serpiente de bronce.

Sal 101. Señor, escucha mi oración, que mi grito llegue hasta ti.

Jn 8,21-30. Cuando levantéis al Hijo del hombre, sabéis que yo soy.
Miércoles 21:

Dn 3,14-20.91-92.95. Dios envió a su ángel a librar a sus siervos.

Salmo: Dn 3,52-56. A ti gloria y alabanza por los siglos.

Jn 8,31-42. Si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres.
Jueves 22:

Gén 17,3-9. Te hago padre de muchedumbre de pueblos.

Sal 104. R. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.

Jn 8,51-59. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día.
Viernes 23:

Jer 20,10-13. El Señor es mi fuerte defensor.

Sal 17. En el peligro invoqué al Señor, y me escuchó.

Jn 10,31-42. Intentaron detenerlo, pero se les escabulló de las manos.
Sábado 24:

Ez 37,21-28. Los haré una sola nación.

Salmo: Jer 31,10-13. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño.

Jn 11,45-57. Para reunir a los hijos de Dios dispersos.