Oseas 10, 1-3. 7-8. 12; Sal 104, 2-3. 4-5. 6-7 ; an Mateo 10, 1-7
Estos días que he estado en Sevilla con una ausencia total de fresquito y, en bastantes momentos, con una ausencia absoluta de energía eléctrica, tenía que subir a casa de mi hermano por las escaleras. Desgraciadamente para subir a un sexto piso hay que pasar antes por los cinco anteriores con tramos llenos de escalones. Pero había que subir para comer (o hacerme amigo de la vecina del primero). El único sentido que tenían los pisos del primero al quinto era que me permitían llegar al sexto, no sabía quién vivía en cada piso, qué iban a comer o si eran felices: simplemente estaban entre el origen (el portal) y mi destino (el sexto) y allí simplemente dejaba goterones de sudor y restos de nicotina. Me hubiera gustado no tener que pasar por ellos, pero entonces mi hermano viviría en un primero y no en un sexto piso (sexto pino en esos momentos).
“Estos son los nombres de los doce apóstoles.” Siempre me ha resultado curioso lo poco que conocemos a los pilares de la Iglesia. Sabemos poco de pocos, de algunos casi nada, simplemente que hicieron lo que Dios quería: “proclamad que el Reino de los cielos está cerca,” y fueron fieles excepto “Judas Iscariote, el que lo entregó.”
Cuando empecé a frecuentar la Iglesia no eran tiempos fáciles. De vez en cuando el Señor permite esas etapas de purificación en que hay que atravesar túneles oscuros. Al fondo, a pesar de que no se vea claro a veces, está la luz. Su luz clara, que termina manifestándose a través de la Iglesia. Me acuerdo una discusión de dos horas y pico sobre si tener una foto del Papa y otra del Obispo en el mismo salón era demasiado “clerical.” ¡Y era un seminario! ¿Qué se iba a poner? ¿Una foto de Leticia Sabater?. Se cuestionaba la autoridad del Papa (era un polaco reprimido por la derechona polaca), del Obispo (no se enteraba de la realidad sociocultural de la diócesis), de los vicarios (no tenían independencia de criterio frente al Obispo). La autoridad, el criterio, la doctrina, el recto hacer lo proponía el formador o el consenso (que solía coincidir con la voluntad del formador). De esos barros surgieron estos lodos. Cuando hubo que tomar alguna decisión se crearon “tendencias” que cuestionaron la autoridad del rector y de los formadores y hubo que sacar la espada de la autoridad y expulsar a unos cuantos. Y es que si no quiero llegar al sexto ¿para qué narices voy a subir al segundo?. “No tenemos rey, no respetamos al Señor, ¿qué podrá hacernos el rey?. Si no quiero a mi Obispo ¿por qué voy a respetar al formador?.
Las mayores “dictaduras” en la iglesia las he visto entre los “demócratas.” Al final siempre sale la frase: “Soy el párroco,” “soy el profesor,” “soy el cura,” acompañado de un golpe en la mesa. Y es que en la Iglesia (que tantas veces se ha representado como un triángulo), la “base” está en la “altura”. La fidelidad de los apóstoles, del Papa, de los obispos es garante de la caridad y de nuestra propia fidelidad. Cuando personas o grupos se desvinculan de la sucesión apostólica se convierten en garantes de sí mismos y, consecuencia del pecado, suele prevalecer la ley del más fuerte y no la de la caridad.
“Sembrad justicia y cosecharéis misericordia.” La justicia es reconocer que nuestro único valor es ser llamados, cada uno a su tarea, por Cristo y vivirlo con una paz absoluta, pues todos realizamos la única misión que nos encarga nuestro Señor aunque sea “a trancas y barrancas”.
“Hablad de sus maravillas.” ¿Te imaginas llegar al cielo y que tu madre la Virgen se pusiera a criticar a tu obispo?. ¿O te hablará de lo mucho que te ama Dios, aunque no te hayas dado cuenta? Que tus conversaciones sean, como ella, para mostrar sólo las maravillas de Dios y cuando haya que hacer una corrección fraterna que sea eso: fraterna.