Eclesiastés 1, 2-11; Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17; san Lucas 9, 7-9

“¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todas las fatigas que lo fatigan bajo el sol?” Estas admiraciones, seguidas de una pregunta que nos presenta la primera lectura de la Misa de hoy, nos sitúa de inmediato frente a la realidad del sentido de nuestra vida; nos incita a preguntarnos esas cuestiones que muchas veces rehuimos hacernos en nuestra vida.
Vemos que el hombre “va de cabeza”, se levanta tempranísimo para trabajar, más aún si vive en una ciudad grande; trabaja mucho, come mal, ve poquísimo a quienes son sus seres más queridos, se acuesta “hecho polvo”, y… vuelta a empezar. Y esto no sólo un día, sino durante doce meses, porque el otro, el llamado “de veraneo” a veces –que se lo digan especialmente a algunas madres—, aún es más fatigoso y lleno de trabajos. Esto sin contar que a esos doce meses, hay que sumarle los recibos, las enfermedades propias y de los hijos, las incomprensiones en el trabajo, verte zaherido por la envidia o morirte de envidia tú por las cosas de los otros, el soportar el mal trato del jefe, el mal genio del cónyuge, en fin, y podríamos seguir con penalidades y –como nos dice el texto— con “fatigas” mil.
Bueno ¿todo esto para qué? Probablemente sólo haya dos respuestas: la primera, la vida es un ir creciendo, envejeciendo hasta llegar a la ancianidad y luego, fin. Y se acabo; o sino, –sería la segunda posibilidad— la que nos señala la fe, pero una fe fundamentada en evidencias. La primera evidencia es que no puede ser que todas estas penalidades caigan en saco roto, es decir, que no da lo mismo cómo te comportes en tu vida. Porque poníamos antes el ejemplo de la persona que se “fatiga” por ir a trabajar, por sacar a su familia adelante, etc. Pero ¿y si ponemos como ejemplo de una vida, que también existe, la vida del criminal, del que se enriquece injustamente, atracando bancos, del terrorista por ejemplo? ¿o es lo mismo la vida de una mujer que ha tenido, pongamos cuatro hijos, y ha luchado, junto con su marido, por sacarlos adelante, siendo generosos en la vida matrimonial, sacrificándose por ellos para darle lo mejor a sus hijos, de estudios, educación, alimentación y vestido, que la mujer que ha abortado una, dos veces, que haya vivido disolutamente, hecho sufrir sin cuento a sus padres, despreciando a los demás y se haya burlado de Dios y del prójimo? ¿qué sucede cuando estas dos mujeres de vida completamente distinta mueren?: “una generación se va, otra generación viene, mientras la tierra siempre está quieta”, leemos en la primera lectura de la Misa de hoy. ¿Es solo la vanidad lo que llena la vida del hombre? O es un caminar sin sentido, a lo loco: “Camina al sur, gira al norte, gira y gira y camina el viento”, nos dice para que reflexionemos esta tan sustanciosa lectura del día de hoy.
A veces estremece pensar en esos personajes que todos hemos estudiado en la historia del mundo, guerreros que han conquistado casi todo el mundo, descubridores que han arriesgado su vida, y la de tantos otros que les han seguido, deportistas intrépidos, jugadores renombrados durante tres, cinco, diez temporadas, inventores, sabios que han recibido el premio Nóbel de la paz, de física, de literatura… ¿Dónde están? ¿por qué se han fatigado? ¿qué ha sido de sus vidas? ¿Cuál ha sido la diferencia entre estos y los pobres ignorantes, los incultos que ni escribir sabían? La diferencia sólo es, al final, una: los que han vivido en la fe y en la gracia de Dios y los que no. Los primeros encontraron el sentido a su vida, los otros no.