Eclesiastés 11, 9-12, 8; Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 ; san Lucas 9, 43b-45

Todos los hombres tenemos una visión de la vida un poco como la que nos presenta nada más empezar la primera lectura de la Misa de hoy: “disfruta mientras eres muchacho y pásalo bien en la juventud; déjate llevar del corazón, de lo que atrae a los ojos”. Es similar a aquella que nos cuenta el Señor en otro pasaje del Evangelio en la que un hombre que le han ido muy bien las cosas decide dedicarse a “descansar, comer, beber y pasarlo bien”.
A todos los hombres “nos tira” mucho lo que se ha manifestado con una expresión que pienso recoge muy bien lo que se quiere decir, “a la buena vida”: “rechaza las penas del corazón y rehuye los dolores del cuerpo” vuelve a repetirnos hoy en el Eclesiastés en esta primera lectura de la Misa.
Pero esta actitud, este modo de enfocar la vida no es, desde luego, lo que ni Dios, ni Cristo cuando nos predicaba en la tierra, ni tampoco el Espíritu Santo ahora, quiere para nuestras almas. En la misma lectura de la Misa de hoy ya nos lo dice: si vives así “sabe que Dios te llevará a juicio para dar cuenta de todo”; y después en el mismo salmo responsorial, añade un nuevo matiz a nuestro modo de ir por la tierra, matiz importante: no solo debemos apartarnos de una postura de búsqueda desenfrenada de los placeres de la tierra, sino que, además, debemos pedirle a Dios que nos enseñe “a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete Señor ¿hasta cuando? Ten compasión de tus siervos” un salmo responsorial que termina implorándole al Señor que nos sacie “de su misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos”.
Pero, como siempre, es el mismo Jesucristo el que nos habla con toda la claridad propia de quien ama, de quien desea que se nos quede muy claro a qué hemos venido a la tierra, cuál es la señal de nuestro buen caminar por la senda que conduce a la vida eterna: “meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres”. Nosotros buscamos lo que place a la mente y a los sentidos, y el Señor nos dice que el camino es el de la entrega, el que conduce a la Cruz. Esa es la senda que conduce a la vida eterna. Eso es lo que debemos buscar en la tierra para ir por buen camino: “Meteos bien esto en la cabeza”; hasta en el modo de decírnoslo el Señor parece reflejar lo difícil que es para nosotros aceptar esta realidad, este camino “estrecho y empinado”. Por eso, con la naturalidad y espontaneidad con la que se comportan siempre los apóstoles delante del Señor, nos cuenta San Lucas que “ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido”. Sí, ciertamente, “coger el sentido” a nuestra vida, entender que es desde la Cruz desde donde Cristo atrae hacia sí todas las cosas, entender que Él ha venido al mundo para realizar la redención de ese modo, no resulta fácil.
Pidámosle a la Virgen que nos ayude a entender que el camino de la Cruz es camino de amor: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo hasta una muerte y muerte de Cruz”.