Gálatas 1. 6-12; Sal 110, 1-2. 7-8. 9 y l0c ; san Lucas 10, 25-37

Últimamente tenemos nuestras fraternas disputas por e-mail el corregido (o sea yo) y el corrector de estilo de estas páginas. Además de que Dios permite que ese día haya mandado a paseo alguna “h” y me pelee con los imperativos (eso va en los genes), siempre aprendo algo nuevo y es de agradecer.
De pequeño, en el colegio, tuve un profesor que nos repitió hasta la saciedad la diferencia entre la tilde (que es la rayita oblicua que se escribe y se ve) y el acento que era exclusivamente fonético. No obstante, desde mis conocimientos escolares (y una lucha diaria desde hace treinta y tantos años con las tildes) he aprendido que también se puede llamar acento a la tilde (quien quiera saber más que mire el diccionario que para eso está). Cuando me lo hicieron ver -por soberbio-, comprendí que a veces más vale no aprender algo que aprenderlo mal.
“No es que haya otro Evangelio, lo que pasa es que algunos os turban para volver del revés el Evangelio de Cristo. Pues bien, si alguien os predica un Evangelio distinto del que os hemos predicado -seamos nosotros mismos o un ángel del cielo-, ¡sea maldito!.” Tal vez si copio y pego este trozo de la carta a los Gálatas cincuenta veces esté hecho el mejor comentario del mundo, pero vamos a unirlo al Evangelio de hoy.
“¿Y quién es mi prójimo?” El Señor contesta con la parábola del buen samaritano que ya hemos comentado alguna vez. Tristemente a veces podemos pensar que ayudar al prójimo es mentirle. Si el samaritano de la parábola se hubiera acercado al hombre herido y le hubiese dicho: “No se preocupe, buen hombre, lo suyo no es tan grave. Tal vez le duela un poco pero el calor del desierto le hará mucho bien y las moscas que se le posan en las heridas desinfectan. Así que, hasta luego Lucas.” Seguramente el herido hubiera muerto al borde del camino o, por la gangrena, tendrían que haberle amputado medio cuerpo, quedando herido para siempre.
“¿Busco la aprobación de los hombre, o de Dios?.” Muchas veces con gente joven ( o no tanto) es fácil intentar buscar su aprobación. Enseñarles que muchas cosas no son pecado ni ofenden a Dios -tal vez que ni tan siquiera existe el pecado para no turbarlos, pero resulta que al final tenemos personas más turbadas (eso es un juego de palabras por si no os dais cuenta)-, que, heridos en su alma, en su sensibilidad humana y espiritual y en su voluntad, son casi insensibles a la Gracia de Dios y ciegos a las necesidades de los otros.
No se ama a quien se miente, aunque sea tu hijo, tu feligrés, tu amigo o tu hermano. Nosotros no necesitamos que “nos bajen el listón” para quedarnos satisfechos con nuestro “cumplo y miento.” Todos sabemos en el fondo que podemos alcanzar el Amor (con mayúsculas) a Dios -“que nos ha amado primero”-, y a los demás, sin medias tintas ni intereses bastardos.
Nuestra madre la Virgen supo vivir según Dios. La pobreza de San Francisco nace de descubrir su auténtico amor, sin tapujos ni engaños, y por eso descubrir a quien servir y por quien dar la vida. Acuérdate de ellos cuando quieras hacer o predicar un Evangelio a tu medida o a la medida del que te escuche. Si no se anuncia el Evangelio en su totalidad estaremos “dando un rodeo y pasando de largo.” La misericordia brota de la verdad , aunque la verdad sea que tenemos heridas muy graves. Con la verdad por delante el Señor las curará. ¿O seguiré empeñado en defender que acento y tilde son cosas distintas?.