Efesios 3, 14-21; Sal 32, 1-2. 4-5. 11-12. 18-19 ; san Lucas 12, 49-53
“Lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano”. Decía Aristóteles, hablando sobre el alma, que el hombre, de alguna manera, “es todas las cosas”. El conocido filósofo griego hacía referencia a ese ansia y capacidad del ser humano por conocer y saberlo todo. Han transcurrido más de veinticinco siglos desde esa afirmación, y aún quedan “infinitas” cuestiones por resolver. Quizás nos encontramos en un mundo de mayores especializaciones y tecnicismos. Las nuevas tecnologías y la conocida “globalización mundial” parecen haber estrechado aún más los lazos entre culturas y personas… pero todo tiene su paradoja y contrapartida. Se habla de distintos tipos de “brechas”, producto de estas nuevas formas de comunicación, y que perjudican al ser humano, ya que se abren otras distancias que le alejan de aquello que propiamente le pertenece: su interioridad.
Todos, de una manera u otra, utilizamos esas nuevas fórmulas. Así, Internet nos sirve para llegar a distintos puntos del planeta y, entre otros mensajes, está la posibilidad de brindar estos comentarios a través de la “red de redes”. Cuando se trata de aplicar la ética a estas tecnologías, se nos dice que todo depende de la manera en que se usen, y es cierto. Pero el uso que se les dé a los medios ha de estar siempre supeditado al fin último, que es la propia persona.
Todo esto viene a colación de las palabras que san Pablo dirige a los efesios. El “amor a la sabiduría”, es decir, la definición tradicional que se aplica a la filosofía, siempre será un medio para llegar a algo más alto: el amor cristiano. Al hablar de la filosofía, no tratamos de referirnos a una técnica, una tecnología o una teoría económica, hablamos de ella como el saber humano más importante. Sin embargo, toda esta sabiduría, por muy importante que sea, no es nada si lo comparamos con “la plenitud total de Dios”, más bien es una sombra “enana”, que sólo por Revelación divina alcanza un sentido mucho más profundo.
Trascender toda filosofía es no poner los ojos y el corazón sólo en la razón y el entendimiento humanos. Estos son importantes para llegar a conocer, incluso Dios siempre ha utilizado semejantes dones para llegar a saber algo más de Él. Lo que nos quiere decir el Apóstol es que el entendimiento y la voluntad han de estar al servicio de un bien superior, que es Dios mismo, y no considerarse fines en cuanto tales. Dios “puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos”, y ésa es la seguridad que tenemos: cualquier descubrimiento, cualquier avance en la ciencia, cualquier asombro arquitectónico, que ha salido de las manos del hombre, son “nada” comparado con lo que Dios es capaz de alcanzarnos con su amor.
“He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”. He aquí la sabiduría de Cristo. Un amor que le quema y que necesita darse sin medida, y que no espera un reconocimiento o una valoración del mundo. Ese amor procede de la Eternidad, y no puede quedarse en un “sí quiero, pero no puedo”. La antorcha del amor de Dios sigue prendida, y esperando a que tú y yo la recojamos e “incendiemos”, con nuestra entrega y nuestra generosidad, todos los rincones del mundo… empezando por lo más inmediato que te rodea (la familia, el trabajo, los amigos…).
La Virgen dio un “sí” tan alto y profundo, que aún tiemblan los cimientos de los tibios y de los conformistas. Un cristiano, cuando ha sido “herido” por el amor de Cristo, sólo dice que no a aquello que le aparta del fin de todas las cosas… Y Dios, aunque le pese a alguno, cumple siempre sus promesas.