Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5a; Sal 1, 1-2. 3. 4 y 6 ; san Lucas 18, 35-43

Hoy, si Dios quiere, me iré de Ejercicios Espirituales por lo que tengo que escribir los comentarios de esta semana “de un tirón” y dejar que sea Jesús, desde el Sagrario, el que me comente el Evangelio esta semana.
¿Has hecho alguna vez Ejercicios Espirituales?. Tal vez hace mucho tiempo, cuando algunos sacerdotes predicaban con una calavera encima de la mesa para recordarnos nuestra condición mortal (o que podíamos perder la cabeza en cualquier momento), muy visual e incluso eficaz, pero bastante desagradable. A lo mejor no te lo has planteado nunca o no encuentras un hueco en tu apretada agenda. Es cierto que cuando fijas una semana para irte de Ejercicios empiezan a aparecer reuniones, encuentros, ocupaciones que no pueden realizarse ni la semana anterior ni la posterior. Hay que decir: “¡Basta!, me voy pase lo que pase.” Si no, no te irás nunca.
¿Por qué retirarse unos días para centrarse en el Señor?. Una buena razón es si te identificas con las palabras de la lectura del Apocalipsis de hoy: “Conozco tu manera de obrar, tu fatiga y tu aguante; (…) Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero. Recuerda de dónde has caído, conviértete y vuelve a proceder como antes.” Estoy convencido de que hay muchísima más gente buena que mala, pero la vida, el transcurso del día a día, nos hace olvidar el amor primero. Se nos pegan como la pez los descontentos, los desánimos, las decepciones, algunos pequeños enfados, al amor propio, los recelos. Pueden no ser grandes cosas pero nos hacen entrar en una vida gris, rutinaria, sin grandes ilusiones ni metas, hacen que caminemos arrastrando los pies del alma y se cubra de una capa gris de polvo el motivo último (y primero) de nuestro obrar.
Reservar unos días para ponernos tranquilamente delante del Sagrario es como sentarnos a la vera del camino esperando a que pase Jesús. En mi parroquia vienen a Misa algunos ciegos. Algunos lo son de nacimiento, no saben cómo son los colores pues nunca han sido capaces de contemplarlos. Otros, debido a la edad o a enfermedades, han perdido la vista y añoran profundamente el volver a ver. Tú y yo -estoy convencido-, sabemos cuánto nos ama el Señor, hemos tenido momentos de “lucidez” en que hemos gustado de amar y ser amados por Dios, pero las prisas de la vida, la opresión del ambiente y nuestra propia fragilidad han enturbiado esos momentos. Por eso necesitamos unos días retirados al borde del camino con la seguridad de que Jesús pasará y por eso no dejamos de gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!.” Seguramente nuestras ocupaciones y preocupaciones, nuestra comodidad o nuestros miedos intenten acallar esa voz; pero sabemos que nada comparable a escuchar del Señor: “Recobra la vista, tu fe te ha salvado.”
Sé sincero, ponte tu agenda debajo del brazo, introduce entre sus páginas una estampa de la Virgen, nuestra Madre, y ponte delante del Sagrario. ¿De verdad no puedes sacar unos días para recuperar el primer amor?. Inténtalo, verás que es posible ( y antes de que acabe el año). Rezad por mí, yo rezo por vosotros.