Hebreos 13, 15-17. 20-21; Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6; Marcos 6, 30-34

Hace unos meses me dejaron probar un GPS. Es gracioso indicarle a estos aparatitos a dónde quieres ir y que el sólo te vaya indicando. Es gracioso al principio, pero tras un cuarto de hora de oír a la señora indicándote que gires a la izquierda, a la derecha o tomes la segunda salida a cien metros te dan ganas de arrojarla por la ventanilla. (Vaya, ahora me llaman al telefonillo preguntando por una parroquia de “mercenarios”… ¡Hay tantas!. A ver si retomo el hilo). Como decía, el GPS y la señora que viene en el “Pack” llega a cansar, pero si es un poco bueno te lleva hasta tu destino.
“Obedeced con docilidad a vuestros jefes, pues son responsables de vuestras almas y velan por ellas.” El otro día un sacerdote se reía de la dirección espiritual diciendo que era un medio de manejar y manipular a las personas. Tal vez ese sacerdote lo viviese así y reflejaba sus ganas de controlar todo y a todos, pero ese no es el sentido de la dirección espiritual. Tal vez una de las causas de la crisis de tantos cristianos sea el abandono de la dirección espiritual (sin negar que en otras épocas el director abusase de su autoridad). Hemos creado infinidad de grupos, asambleas, comisiones, delegaciones y montón de cosas acabadas en “ones,” corremos de reunión en reunión y nunca acabamos de ultimar nada, olvidándonos de las personas y de nuestro propio ser.
“Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.” Es necesaria la calma, el buscar momentos de abrir el alma a quien puede comprendernos y que tiene, como único interés, el que amemos más a Cristo y descubramos la alegría de su seguimiento. Eso no se consigue en un grupo (aunque sea de autoayuda), pues cada persona es única e irrepetible. En los grupos se dan “recetas” – ¡qué cosas que volvamos a la casuística de mano de la modernidad!-, y cada uno quiere tener un protagonismo, ya sea en los consejos o en los problemas. Cuando te encuentras con tu director espiritual (o el nombre que le quieras dar), te encuentras con alguien que sólo quiere que te acerques al Señor, que tiene tiempo para escucharte, para animarte y, también, para reprenderte; y le pide al Espíritu Santo que sepa escucharte, animarte y reprenderte como lo haría el mismo Cristo. Es sencillo para los sacerdotes el justificarse pensando que también necesitamos un sitio “tranquilo y apartado” para descansar, pero si eso se convierte en estar en la parroquia menos de tres horas diarias (y guardando celosamente el día libre), y las personas se nos convierten en “un fastidio” entonces estamos perdiendo el corazón de pastores.
“El Señor es mi pastor, nada me falta.” Al igual que el GPS cansa tal vez muchos se hayan cansado de su director espiritual, o prefieran caminar “según su instinto” a ver si llegan a buen puerto. Pero ten en cuenta que Cristo se sirve de las personas, de aquél que te conoce bien, para llevarte hacia Él, siguiendo diversos caminos, pero el destino sólo es uno: Jesús. Tal vez hace años que te “quitaste” de encima la dirección espiritual, no estaría mal que busques un buen sacerdote, recuperes la dirección de tu alma, sepas dónde estás y puedas empezar a caminar firmemente a tu destino.
Para dejarse acompañar y dirigir en la vida hay que ser humilde, pídele a nuestra madre la Virgen que te ayude a dejarte ayudar. Y no sabéis lo que aprendemos los sacerdotes cuando nos encontramos con personas mucho más santas que nosotros.