Hechos de los apóstoles 20, 28-38 ; Sal 67, 29-30. 33-35a. 35b y 36c; san Juan 17, 11b-19

Hay algo que siempre a un cristiano, a un buen cristiano, le desconcierta en cierto sentido: ¿cómo es posible que a alguien que está cumpliendo la voluntad de Dios, que se esfuerza por no pecar, Dios permita que lo pase mal en esta tierra? Para mayor desconcierto, este mismo cristiano observa que aquellos que llevan una vida alejada de la Iglesia, de la oración y del sacrificio, gozan, al parecer, de una felicidad, de un éxito político, social, cultural.

Lo primero que hay que decir ante esta inquietud, es que no resulta fácil responder. No deja de ser un pequeño misterio. Claro que salta enseguida a nuestra mente la vida del mismo Cristo. Y observamos que, de una parte, no hay nadie a quien Dios ame más en esta tierra: “este es mi Hijo amado, en quien tengo puestas todas mis complacencias” dice Dios Padre de Jesús cuando está siendo bautizado por Juan en el Jordán. A la vez, vemos también que a su Hijo, al que tanto quiere, no le ahorra ningún sufrimiento -desprecios, incomprensiones, burlas- hasta llegar a permitir su muerte, y una muerte que era la más indigna de todas: la cruz. Esto, de algún modo, arroja algo de luz al cristiano que se desconcierta ante este drama que puede perturbar su pensamiento.

El Evangelio de hoy sigue ofreciéndonos más luz. Así, en un momento en el que está hablando Jesús con Dios Padre, dice en su oración: “el mundo los ha odiado [a los cristianos] porque no son del mundo, como tampoco soy yo del mundo”.

El que quiere comportarse como Cristo, “es odiado por el mundo”. El mundo es bueno porque ha salido de las manos de Dios, pero somos los hombres los que con nuestras iniquidades lo hemos afeado, porque lo hemos alejado, poco a poco de Dios. Por eso, el cristiano que se comporta como tal, encuentra un rechazo “del mundo”. El cristiano se convierte así como lo era Cristo para aquellos fariseos y publicanos en Jerusalén y en Palestina: su conciencia. De ahí que el mundo “los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco soy yo del mundo”. El Señor añade en su oración al Padre: “no ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal”. Lo malo no es el mundo, sino el mal que hay en el mundo.

Lo que el Señor nos quiere decir aparece claro: un cristiano tiene que ser otro Cristo en el mundo, frente a las costumbres mundanas, ante la descristianización de la sociedad, tiene que proclamar con su vida, con sus obras y también con su palabra, que hay que vivir como Cristo nos enseñó. Por eso, el cristiano, tantas veces, “no lo pasa bien”, a diferencia de los otros hombres, porque no debe comportarse como se comporta “el mundo”. ¡Qué importante es conocer esto! Termina el Evangelio de hoy rogando Jesús a Dios Padre: “conságralos en la verdad; tu palabra es verdad”.

Conocer la verdad de la vida, la verdad de lo que Dios quiere de nosotros, el sentido del dolor y del sufrimiento, el lugar donde se encuentra la verdadera felicidad, el verdadero sentido de la vida. Esto hará que el cristiano no se desconcierte cuando observe el rechazo del mundo, porque “el no es del mundo”.