san Pablo a los Corintios 1, 1-7; Sal 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9; san Mateo 5, 1-12
De vez en cuando tiene uno derecho a ser insensato y hacer preguntas que jamás debió hacer. Ayer, en mi parroquia, celebrábamos la Unción de Enfermos de todo el arciprestazgo. Para explicárselo a los niños se me ocurrió preguntarle a un monaguillo: “¿Cuántos años tiene una persona mayor?” (Pensando en los viejecitos), “Veinte,” me contestó muy convencido. “No hombre, no -le dije-, me refiero a un anciano.” “¡Ah! -me respondió-, entonces cincuenta.” Y se quedó tan contento (hace tres semanas les pregunté mis años y me dijeron que tenía cincuenta y cinco, aún me quedan algunos años -casi dos lustros-, para cumplirlos.)
“Al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, (…), y él se puso a hablar enseñándoles.” ¡Jesús sentado!. La verdad es que si pienso en el sermón de la montaña pienso en Jesús en un púlpito, arengando a las masas, moviendo a las multitudes. Al menos estaría de pie, haciéndose notar, con voz engolada y un tanto cursi, como tal vez lea yo este Evangelio, creyéndome medianamente importante. Si tuviese al lado a un monaguillo respondón tal vez me fuese preguntando: “¿Tú eres pobre de espíritu?, ¿Tú eres sufrido?. ¿Tú lloras?, ¿Tú tienes hambre y sed de justicia?. ¿Tú eres misericordioso?, Tú eres dichoso?…, hasta que le hubiese tapado la boca con el cirio pascual. ¡Y Jesús sentado!. Pienso que a veces hemos hecho de las Bienaventuranzas a meta de la santidad, algo en el fondo imposible de conseguir, lo que es la “utopía cristiana”: ideal pero imposible. Estas palabras no las dice el Señor en la Última Cena, ni pendiente de la cruz, ni tan siquiera como el gran mensaje del resucitado. Las dice al comienzo de su ministerio (capítulo 5 de San Mateo). ¡Y sentadito!. ¡Sin darle más importancia!.
Mira que se han derrochado litros y litros de tinta comentando las bienaventuranzas, se han dicho tantas cosas bonitas sobre ellas, pero… tal vez seamos mayores de veinte años, ya somos demasiado mayores para comprenderlas. Incluso puede ser que tengamos más de cincuenta, seamos ya ancianos para entenderlas.
¿Qué es ser “pobre de espíritu”? Podría terminar cinco folios explicándotelo, dándote matices, ejemplos, comparaciones, justificaciones…, pero en el fondo tú ya sabes lo que es ser pobre de espíritu. Si no lo somos es por que no nos da la gana o nos vence el pecado. Podemos compaginar nuestra avaricia y nuestro egoísmo con la pobreza de espíritu…, pero en el fondo sabemos que nos estamos engañando.
“Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder alentar a los demás en cualquier lucha.” Hoy nos anima San Pablo a darnos ánimos unos a otros. Cuando se predica sobre las bienaventuranzas como el ideal irrealizable lo que hacemos es sembrar desánimo. Cuando sabemos que con la Gracia de Dios podemos nosotros, entonces sabemos que puede cualquiera. ¿O no?.
Nuestra Madre la Virgen no esperaba “cumplir” las bienaventuranzas, simplemente las vivió. Con la Gracia de Dios nos parecerá lo más normal del mundo y las viviremos sin aspavientos ni presunciones, con naturalidad, “sentaditos.”